miércoles, 28 de octubre de 2009

Capítulo 7

Capítulo 7

El día de su boda nevó copiosamente y Maruja apenas terminaba de decidirse sobre qué estaba más blanco, su vestido de novia o el suelo cubierto de nieve, que daba a las calles el aspecto entrañable de una típica postal de navidad. La basílica de Nuestra Señora de Atocha la pareció, sencillamente, sublime: con sus ojivas, sus arcos, sus inconmensurables bóvedas, así como también por los cuadros y las figuras cuyas alegorías constituían todo un poema a los aspectos más místicos y espirituales del ser humano. Al menos, así se lo pareció cuando caminaba erguida hacia el altar cogida del brazo de su padre, mientras la gente –agolpada en los bancos, a ambos lados del pasillo-, la observaba y cuchicheaba en voz baja.
Ramiro esperaba impaciente en el altar, serio y circunspecto, como se supone que debe de estar un novio en un día tan señalado. Impecablemente vestido y con la cabeza alta, daba la impresión de un grande de España que estuviera a punto de dar el paso trascendental de su vida, después de hacer sido introducido en sociedad. Maruja se estremeció. Y a través de los poros electrizados de su piel, sintió que por su cuerpo fluía un torbellino de emociones que se resumía en un único e indivisible sentimiento: amor.
El discurso del sacerdote, posiblemente más extenso de lo habitual, se le antojó semejante, en número, calidad y gratuidad, a los consejos de Perico Chicote.
Hombre de cierta edad, las arrugas de su frente semejaban surcos recién labrados por debajo de la nieve que coronaba la montaña de su escaso cabello. Tal vez Ramiro miraba hacia abajo por el efecto sedante de su voz, monótona y triste, sin apenas timbre, que empañaba lo que ella consideraba un éxtasis de alegría semejante, comparativamente hablando, al que experimentó el día de su primera comunión, luciendo también el vestidito blanco y los zapatitos de charol, brillantes como una estrella.
Cuando llegó a la parte trascendental del ritual, aquella en la que el sacerdote autoriza besar a la novia, Maruja recordó el beso más largo y apasionado de la historia del cine: aquél que se dieron Cary Grant e Ingrid Bergman en la película Encadenados, del genial director norteamericano Alfred Hitchcock. Por desgracia, Ramiro no era muy aficionado al cine, a juzgar por la inesperada fugacidad con que la ofreció los labios. Pero aquél detalle apenas tenía importancia, una vez encajado el anillo en su dedo anular.
Siendo marido y mujer, lo que Dios había unido no tenía por qué separarlo el hombre.

2 comentarios:

  1. Nuestras ilusiones mas tarde o temprano se resqebraja y en el caso del matrimonio siempre se rompe aunqe la venda qe tenemos engana la vista pero no el corazon.

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  2. Si eso fuero así, Pintita, ¿qué impulsa a una persona a rechazar el dictado de su corazón?. ¿En qué momento muere el amor? Y sobre todo, ¿por qué muere?. Las personas somos un mundo, pero en el fondo, a todos nos animan los mismos impulsos. Saludos

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