lunes, 26 de octubre de 2009

Capítulo 6

Capítulo 6

El día que Ramiro se licenció, cumplidos los catorce meses reglamentarios de servicio, el sol brillaba con tanto esplendor en el cielo, que Maruja pensó que una aparición mariana la anunciaba la inminencia de su boda. Fue como una especie de presagio, en el que intervino, para no variar, la férrea determinación de don Antón cuando, con la excusa de celebrarlo como Dios manda, los invitó a tapear en Chicote.
Perico Chicote era, en opinión de Maruja, un hombre que no destacaba tanto en su faceta de barman, como en su evangelizadora labor franquista, defensor a ultranza de los valores tradicionales del Movimiento y los buenos consejos que, por supuesto, siempre resultaban gratuitos.
Antiguos camaradas, don Antón y él constituían sendas reliquias de un régimen obsoleto que se estaba deshaciendo bajo los efectos del terremoto social demócrata que estaba penetrando en España a través de la apertura de fronteras, una vez fallecido el Caudillo, por quien se guardó luto en casa, como correspondía a tan ilustre personalidad. Así lo demostraba el crespón negro colocado sobre el cuadro colgado en el sitio de honor del comedor.
Dejando a un lado todo tipo de ambigüedades políticas para las que ella no había sido educada ni preparada, Maruja no dejaba de reconocer que Perico Chicote era un hombre que poseía una interesante imaginación y no la sorprendería tampoco que fuera capaz de maravillar a un genio. Tuvo una sólida constancia de ello cuando observó la facilidad intrínseca con la que mezclaba los licores, hasta alcanzar el cóctel definitivo, al que bautizaba con el primer nombre que se le ocurría y después olvidaba inmediatamente. Solía hacer éste tipo de demostraciones con la gente famosa que frecuentaba su bar-museo –la colección de botellas que exhibía en las estanterías era conocida en el mundo entero por su originalidad-, y rara era la ocasión en la que no había un personaje relevante codeándose con la gente más vulgar, en una curiosa mezcolanza de escalafones sociales no apta para susceptibilidades a flor de piel.
Tal vez influenciado por la gratuidad de los consejos de Chicote, don Antón tuvo la brillante inspiración de alentar a Ramiro con sugerencias de matrimonio encaminadas a hacerle comprender que la gloria del hombre se encontraba, no en los cielos, como se suele pensar, a la derecha de Dios y junto a Jesucristo, sino en la sólida cimentación de los pilares del sagrado sacramento del matrimonio, como así se reflejaba en la Ley Fundamental de Principios del Movimiento, dictada por Franco a sus ministros.
Para entonces, Maruja había enrojecido, íntimamente avergonzada. Pero aún así, se sintió incapaz de reprimir una mirada de soslayo, precisamente de ese tipo de miradas que suelen valer más que mil palabras y son tan precisas como una medalla de oro en la categoría de tiro olímpico.Bien es cierto, también, que Maruja pensó en la posibilidad de que Ramiro creyera que se le estaba tirando el lazo y frente a aquélla pésima circunstancia, experimentó una sensación de congoja que ocultó con nubes negras ese sol bienaventurado que tan buenos presagios la había transmitido desde por la mañana temprano y frente al cuál su corazón se había expandido como el espíritu santo sobre la cabeza de los desesperados israelitas que huían de la ira del faraón, si había de hacer caso a las referencias bíblicas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario