martes, 20 de octubre de 2009

Capítulo 4

Capítulo 4


La primera vez que paseó del brazo de Ramiro, luciendo éste su impecable uniforme militar, se sintió tan orgullosa, que poco faltó para que estallaran las cenefas de su vestido de tan henchido como tenía el pecho, bastante desarrollado por obra y arte de la naturaleza. No era la primera vez que pensaba en el parecido tan increíble que tenían Ramiro y ese fantástico actor norteamericano protagonista de la película Lo que el viento se llevó, que había tenido la oportunidad de ver en el cine hacía años. ¿Cómo se llamaba?. ¿Gary Cooper?. No, algo así como Clark. ¡Eso es!. ¡Clark Gable!. Se parecían tanto, en su opinión, que si los ponían a los dos, uno junto al otro, sería muy difícil averiguar quién era quién.
Aunque era invierno, aquélla mañana de domingo lucía un sol tan hermoso y agradable, que invitaba a pasear aunque no se tuvieran ganas. Seguramente por eso, los aledaños del Estanque del Retiro se hallaban tan frecuentados por los madrileños. Había, también, muchos quintos como Ramiro, que se pavoneaban orgullosos, sin duda influenciados por el carisma que representaba lucir con desenvoltura un uniforme militar. Se podían ver de todas las armas y colores: el uniforme azul de los hombres de Aviación; el blanco de la Marina; el beige de los cuerpos de Tierra. Incluso el verde aperlado de los cuerpos africanos de la Legión, con su chaquetilla corta, las botas de media caña y el gorro sobre el que se balanceaba alegremente una borla de color rojo que, cuando perdía toda inercia y se quedaba quieta, le llegaba al hombre hasta la punta de la nariz, como si fuera un moscardón que sobre ella se hubiera posado. Algunos llevaban los botones superiores de la camisa desabrochados, mostrando con banal prepotencia el vello ensortijado de su pecho. Una conducta propia, en su opinión, de la fanfarria típica de los novios de la muerte, que defendían a ultranza los últimos restos de colonialismo español en Africa.
Resultaba impresionante verlos, todo hay que decirlo. Pero Maruja no tenía dudas en cuanto a que no cambiaría a Ramiro por ninguno de ellos. Su Ramiro, fuera de toda especulación, era decididamente especial. Eso era algo de lo que sus jefes se habían dado cuenta a tiempo, destinándole a oficinas. Afortunadamente, aquélla circunstancia contaba además con la ventaja implícita de que estaba rebajado de guardias, si se exceptuaba el hecho de tener que realizar una cada quince días para cumplir con el protocolo.Siendo natural de Madrid, pronto le darían el pase pernocta, con el que podría comer y dormir en casa todos los días que no tuviera servicio. “Y es que Ramiro es tan especial -no se cansa de repetirse a sí misma-, que tiene suerte hasta para eso”.

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