lunes, 19 de octubre de 2009

Capítulo 3

Capítulo 3


Cuesta creer la buena suerte que ha tenido Ramiro al recibir el despacho con la notificación oficial de destino y Maruja casi llora de alegría al saber que lo va a tener tan cerca de casa. Junto a La Maestranza, escondido en la calle Granada y paralelo a la Avenida de la Ciudad de Barcelona, existe un pequeño acuartelamiento que recibe el nombre de Parque Central de Automóviles. Y aunque huelga especificarlo, pertenece al arma de Automovilismo del Ejército de Tierra. El primer sorprendido, no obstante, es Ramiro, que no termina de creer en su propia suerte, pues supone con acierto que tendrá opciones de sacarse el carnet de conducir –incluido el primera especial- sin tener que desprenderse de un solo duro de su bolsillo.
Tal circunstancia, por otra parte, le reporta interesantes perspectivas de futuro y no puede disimular su alegría cuando lo comenta con ella. Es evidente que, una vez licenciado, siempre le ha de quedar la opción de presentarse a cualquier empresa de transportes y solicitar un puesto seguro de conductor, con su sueldo a fin de mes y sus pagas correspondientes, sus vacaciones y su sacrosanta seguridad social. Eso ya es motivo más que suficiente para que en lo más profundo de su corazón, Maruja sienta que se acerca un paso más hacia ese sagrado altar con el que sueña y coqueta, como mujer que es, al fin y al cabo, se relama anticipadamente con el vestido de novia. De blanco, naturalmente, como manda la tradición y como se casó su madre y antes que ella, su abuela, y remontándose mucho más allá en el tiempo, la madre de ésta. Inmaculada e intacta, por supuesto: ¿qué hombre, en su sano juicio, se casaría con una mujer que hubiera perdido su virginidad antes de la noche de bodas?.No puede evitar estremecerse cuando piensa en ello y siente que sus mejillas se encienden como una hoguera en la noche de San Juan. Mantiene tan fresco en su memoria el sentimiento de cosquilleo que experimenta cada vez que Ramiro la abraza y besa sus labios, que se pregunta, ilusionada, qué intenso éxtasis no será aquél que habrá de venir después de la consumación carnal del matrimonio. Tentada está de preguntárselo a su madre, pero conociéndola, desiste inmediatamente, suponiendo que no sería de buena educación hablar de un tema considerado tabú. Pero piensa que, a pesar de todo, no debe de ser un pecado tan mortal cuando la gente lo hace, aunque por educación no hable demasiado de ello en público.

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