lunes, 5 de octubre de 2009

Capítulo 10: El Boomerang Mágico

El Boomerang Mágico

Algo que Kata Juta no podía siquiera imaginar, era el hecho de que los bunyips habitaran en cuevas, por mucho que le costara llegar a creer que, dada su elevada estatura, entraran por la pequeña galería que habían descubierto ellos con la ayuda de Luluba. Supuso, aún medio paralizado por el miedo, que debía de existir alguna otra entrada secreta que a ellos les había pasado inadvertida y que posiblemente se encontraba al otro lado de la montaña. Tampoco se imaginaba que pudieran ser tantos, ni que su rostro fuera tan espantoso; posiblemente mucho más espantoso de lo que los relatos de los mayores aseguraban. Permanecían todos muy unidos, aunque en grupos de tres –tal y como había visto en la pintura de la roca y como afirmaban los ancianos que solían hacer cuando abandonaban su territorio-, y todos, sin excepción, vestían unos extraños atuendos que les cubría por completo el cuerpo, desde los hombros a los pies. Estos no se les veían. Dicho atuendo era de color blanco, de manera que, vistos así, al resplandor azul verdoso que predominaba en la caverna, daban un aspecto mucho más siniestro todavía si cabe, porque los hacía parecer auténticos fantasmas.
Bujari tenía unas sensaciones parecidas, y como Kata Juta, permanecía completamente inmóvil, sin atreverse siquiera a dar un solo paso. La única que no parecía tener ningún temor, era Luluba, que daba saltitos a su alrededor, mirándoles a ellos y a los bunyips, como si esperara que cualquiera de ellos dijera o hiciera algo.
En otras circunstancias, Kata Juta hubiera pensado que tales demostraciones de confianza podían dar a entender que a lo mejor, en el fondo, los bunyips no eran los seres tan terribles que todo el mundo imaginaba. Pero mirándolos de cerca, no podía dejar de sentirse atemorizado por ellos. Sobre todo porque aquellos ojos azules, sin cejas ni pestañas, les observaban con tal fijeza e intensidad, que comenzaban a sentir una repentina sensación de sueño.
Primero fue Bujari quien se desvaneció, cayendo sobre la mullida alfombra de arena de la cueva. Luego, apenas unos segundos después, la acompañó Kata Juta, dejándose caer al lado de ella. Cuando despertaron, ninguno de los dos sabía cuánto tiempo habían estado dormidos, aunque ambos coincidían en que no habían tenido sueños. Al menos, no se acordaban de ello. Después, cuando volvieron a darse cuenta de que aún estaban en la cueva, miraron nerviosos a su alrededor. Pero a excepción de Luluba, que saltaba alegremente de uno a otro, lamiéndoles la cara cuando les vio despiertos, no había señal alguna de los bunyips.
-¿Lo habremos soñado todo?, -comentó Kata Juta, frotándose los ojos, deseando con todas sus fuerzas que así fuera.
-Ven, acerquémonos al altar, -dijo Bujari, cogiéndole de la mano y tirando con fuerza de él.
El agua estaba helada, de manera que cruzaron el río corriendo para escapar cuanto antes de la sensación de frío, salpicando involuntariamente a Luluba que, dando un pequeño grito de sorpresa, se quedó en la orilla observándoles con atención, aunque disgustada por un baño de agua fría que no esperaba.
De madera desgastada por el tiempo –Kata Juta esperaba que un objeto tan importante fuera algo de aspecto reluciente y maravilloso, como algunas piedras de color amarillo y muy brillantes que se encontraban en los lechos de los ríos-, el Boomerang Mágico tenía la forma inequívoca de un canguro en actitud de saltar. Aunque cubierto casi por completo de polvo y alguna que otra telaraña, aún se podían distinguir los colores originales ocres y naranjas con los que había sido pintado al principio de los tiempos, cuando los Wondjinas decidieron dárselo a su antepasado Adanee para que le sirviera de arma con la que defenderse y de herramienta de caza para alimentarse.
-Si no fuera por el color, -comentó Kata Juta, pensativo-, diría que es una réplica perfecta de Luluba.
No bien terminó de decir estas palabras, adelantando la mano hacia el boomerang para hacerse con él, cuando un bunyip, materializándose delante de él –apareció con la velocidad con la que una imagen se refleja en un espejo-, le sujetó fuertemente por la muñeca, impidiéndoselo. Bujari chilló asustada. Pero cuanto intentó ayudar a Kata Juta, se vio también atrapada. Ambos forcejearon, intentando liberarse sin conseguirlo. A pesar de la extrema delgadez, el bunyip tenía una fuerza descomunal, y sus manos estaban tan frías como un témpano de hielo. Cuando se cansaron de forcejear, sintiendo prácticamente dormidas las muñecas, el bunyip, sin dejar de mirarles, les liberó:
-Soy el custodio del Boomerang Mágico, -dijo, sin apenas mover los labios, con una voz que parecía surgida, no de su garganta –que hubiera sido lo más normal entre seres normales-, sino de lo más profundo de su estómago, pues sonaba como un eco lejano. Robar va contra la Ley.
-No somos ladrones, -contestó Kata Juta, frotándose la muñeca, dolorido.
-Si no sois ladrones, -continuó diciendo el bunyip-, ¿por qué pretendéis llevaros algo que no os pertenece?.
-Lo necesitamos para salvarle la vida a un amigo que se muere, -dijo Kata Juta, explicándole a continuación todos los pormenores de la tragedia de Lungkata, así como las aventuras y los peligros que habían tenido que hacer frente durante el viaje.

El bunyip guardó silencio durante unos instantes, mientras Kata Juta, nervioso, miraba alternativamente a Bujari y al Boomerang Mágico, pensando que aunque estaba tan cerca de él, la presencia del bunyip lo hacía prácticamente inalcanzable. Por fin, cuando estaba a punto de perder los nervios por la prolongada espera, la voz del bunyip volvió a sonar con su tono cavernoso, diciendo:
-Puede que vuestras intenciones sean honestas, pero aún así, no se puede utilizar el Boomerang Mágico sin haber pasado antes la Prueba del Valor.
Kata Juta y Bujari intercambiaron una mirada, aunque no hicieron ningún comentario, porque el bunyip continuó explicándoles:
-Es el propio Boomerang Mágico quien decide quién es digno de utilizar sus poderes y quién no.
Si estáis dispuestos a afrontar la prueba, debéis arrodillaros junto al altar y extender vuestras manos, sin llegar a tocarlo.
Ambos así lo hicieron.
-Es muy importante que sepáis, -dijo el bunyip, que permanecía situado detrás de ellos-, que los poderes del Boomerang Mágico conocen perfectamente cuáles son vuestros miedos y temores, por mucho que intentéis ocultarlos en lo más profundo del corazón. Sabiendo esto, ¿estáis dispuestos a continuar?.
-Sí, -respondieron Kata Juta y Bujari al unísono, sin dudarlo un segundo.
-En ese caso, repetid conmigo: norte, sur, este y oeste; los puntos cardinales aparecen y desaparecen.
Haciendo lo que el bunyip les había dicho, Kata Juta y Bujari repitieron las palabras, observando con mucha atención. Al principio no pasó nada. El Boomerang Mágico continuaba en su sitio, completamente inanimado, mientras ellos, de rodillas frente a él, comenzaban a sentir cansancio en los brazos, motivado por el tiempo que llevaban estirados. Después, cuando sintieron los primeros pinchazos en las yemas de los dedos y estaban a punto de bajarlos, el Boomerang Mágico, sin que nadie lo tocará, se movió.
Con lentitud al principio, el maravilloso objeto fue liberándose de la capa de polvo y de las telarañas que lo cubrían, ascendiendo en el aire más y más a medida que los giros iban adquiriendo velocidad. El sonido que producía –parecido al zumbido de las abejas cuando están enfurecidas-, comenzaba a ser más fuerte, también, llegando a un punto en que era lo único que Kata Juta y Bujari podían oír. Entonces, cuando pensaban que se iban a quedar sordos, pues realmente el sonido llegó a ser insoportable, algo extraordinario sucedió...

***

-¿Dónde estamos?, -preguntó Kata Juta, completamente desorientado.
Desorientada, también, aunque quizás no tanto como Kata Juta, Bujari contestó:
-No estoy segura, pero creo que hemos vuelto otra vez a los límites del desierto...
-¡No puede ser!, -dijo Kata Juta, confuso. ¿Cómo hemos podido volver otra vez aquí?. ¿Y el Boomerang Mágico?.
Bujari no dijo nada. Después, encogiéndose de hombros, comentó:
-Los designios de los Dioses son imprevisibles...
En efecto, parecían los límites del desierto que se extendía hasta las inmediaciones de la montaña Ulurú, salvo con la diferencia de que el cielo tenía un extraño color violáceo y el sol era completamente blanco. Ningún sonido se escuchaba, ni siquiera una brisa de viento, por débil que ésta fuera. Las nubes, sin embargo, numerosas y de diferentes formas y tamaños, tenían unos tintes grisáceos que se volvían plateados cuando pasaban por debajo del sol.
-¿Y ahora qué hacemos?, -preguntó Bujari, nerviosa, observando a Kata Juta con atención.
Este no dijo nada. En realidad, no sabía qué decir y tampoco qué hacer, salvo recorrer por segunda vez el camino hacia la montaña sagrada, por muy cansino que eso les resultara. Cuando así se lo dijo, estando a punto de iniciar la marcha, una terrible aparición se materializó frente a ellos, haciéndoles sobrecoger de espanto.
Jumara, la terrible serpiente, estaba delante de ellos, alzándose sobre su voluminoso vientre, preparada para atacarles. Sus ojos, profundamente negros como ciertas zonas de su escamosa piel, los miraban con perversa intensidad, mientras abría y cerraba la boca, mostrando su lengua bífida y unos colmillos tan grandes y afilados como un cuchillo.
-¡Atrás!, -dijo Kata Juta, protegiendo instintivamente a Bujari con su cuerpo.
Había sacado el cuchillo de hueso, empuñándolo con determinación, decidido a vender muy cara sus vidas. Puede que Jumara no esperara esa reacción, acostumbrada como estaba a que sus víctimas se quedaran paralizadas de miedo en cuanto la veían y eso las impidiera luchar y defenderse. Cuando por fin se decidió a moverse, lo hizo volteando la cabeza hacia un lado y a otro, con rápidos movimientos.
-¡Corre, Bujari!, -dijo Kara Juta, echándose hacia atrás, mientras intentaba defenderse con el cuchillo, aunque veía, desesperado, como la enorme serpiente evitaba todas sus estocadas y éstas sólo alcanzaban al aire.
-¡Cuidado, Kata Juta!, -chilló Bujari, aterrorizada, cuando vio que éste tropezaba, cayéndose de espaldas, quedando a merced de la bestia.
Bujari corrió en su ayuda, pero cuando quiso llegar hasta donde Kata Juta había caído, observó boquiabierta como éste saltaba en el momento en el que la pavorosa cabeza de la serpiente bajaba hacia él, con la boca muy abierta. Llevándose las manos a la boca, fue testigo, estupefacta, del prodigioso salto de Kata Juta, quien, abrazado a la pavorosa cabeza de la serpiente, le hundía una y otra vez el cuchillo. Bujara, herida de muerte, lanzaba estremecedores alaridos mientras ladeaba la cabeza con furia, intentando liberarse del abrazo de Kata Juta. Lo consiguió cuando, ya casi sin fuerzas, se derrumbó en el suelo, levantando verdaderas nubes de arena con la cola. Kata Juta cayó algunos metros más allá, rodando por la arena como un matorral arrastrado por el viento.
-¡Kata Juta!, -gritó Bujari, corriendo hacia él.
-¿Lo hemos conseguido?, -logró articular éste, poco antes de perder el conocimiento.Sí, Kata Juta, -dijo Bujari. Lo hemos conseguido...

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