lunes, 21 de septiembre de 2009

Capítulo 6: Bujari

Bujari

El sol estaba alto en el horizonte, cuando Kata Juta se despertó, bostezando somnoliento, mientras estiraba los entumecidos brazos. Cuando sus ojos se acostumbraron otra vez a la luz, despejando de las retinas las nieblas de la noche anterior, una explosión de color le recibió, aturdiéndole durante unos momentos. Incrédulo ante lo que veía, pensó si no había terminado en el estómago de la monstruosa serpiente, y ahora su alma se encontraba en el Paraíso.
Aquél era, sin duda, el lugar más hermoso que había visto en toda su vida. De una extensión considerable, las aguas del lago estaban tan limpias y cristalinas, que se podía ver el fondo, así como numerosas especies de peces que allí nadaban en completa libertad. Hermosos nenúfares, de coronas grandes y colores variados, flotaban suavemente en la corriente, alejándose hacia el centro del lago cuando eran alcanzados por la brisa. A su derecha, en las inmediaciones de una pequeña catarata natural, una pareja de koalas bostezaban perezosos, haciéndose carintoñas con sus peludas extremidades, mientras en las ramas de los árboles, infinidad de aves inundaban el espacio con sus alegres cantos.
La cría de canguro, también se levantó de su improvisado camastro de hojas –el canguro es un animal extraordinario, que siempre se acomoda lo mejor posible para dormir, haciendo agujeros en el suelo y rellenándolos de hojas para estar más cómodo-, mirándole con expectación. Después, cuando Kata Juta se acercó hasta la orilla del lago para beber agua y refrescarse antes de continuar la marcha, ésta le siguió, dando pequeños saltos con sus extremidades inferiores, bebiendo a continuación, tal y como le había visto hacer a él.
Kata Juta sonrió divertido y, apoyando ambas manos en las caderas, dijo en voz alta:
-Amiguita, si me vas a seguir a todas partes, será mejor que te ponga un nombre.
Como si hubiera entendido sus palabras, la pequeña cría de canguro movió graciosamente la cola, iniciando un extraño baile alrededor de él, unas veces dando pequeños saltitos y otras haciendo piruetas en la tierra.
-Te llamaré Luluba, que en nuestra lengua significa saltarina.
-Es el nombre más estúpido que he oído nunca, -dijo una voz a sus espaldas, sobresaltándoles a ambos.
-¿Quién eres?, -preguntó intrigado Kata Juta, mirando hacia el tronco del árbol donde se ocultaba la persona que había hablado.
-Soy Bujari, -dijo una muchacha, saliendo de su escondite-, y pertenezco a la tribu de los Warramungu.
Bujari era un poco más baja que Kata Juta, pero a juzgar por su juventud, debía de tener una edad similar a la suya. Llevaba puesto un sencillo vestido de piel, de cuya cintura pendía un cinto fabricado con lianas, y entremetido entre ambos, la amenazadora forma de un cuchillo de hueso bien afilado. Su piel era tan oscura como la de Kata Juta –un rasgo común a todos los aborígenes australianos-, aunque su nariz era un poco más pequeña y no tenía el cabello tan rizado como él, sino que, por el contrario, lo llevaba muy largo y recogido alrededor de la frente con una tira, también de piel.
-¿Qué clase de cazador eres, que no llevas armas y juegas con los animales?, -preguntó Bujari, mirándole con curiosidad de arriba abajo.
-No soy cazador, -se apresuró a explicar Kata Juta, encogiéndose de hombros. Ni siquiera soy un guerrero. Al menos por el momento…
-¡Oh!, -exclamó ella, llevándose una mano a la boca para ahogar una carcajada.
Entonces Kata Juta le contó el motivo de que se encontrara allí, relatándole, con todo lujo de detalles, la terrible aventura que habían vivido con la serpiente pitón. Bujari puso cara de espanto, y mirando temerosa hacia todos lados, dijo en voz muy baja:
-Se trata de la malvada Jumara, la Reina de las Serpientes…
-¿Por qué hablas tan bajo?, -preguntó Kata Juta, intrigado, mirando él también en todas direcciones, temiendo ver aparecer a la serpiente de un momento a otro.
-¡Chist!, -dijo ella, llevándose dos dedos a la boca. Es peligroso pronunciar su nombre. Tiene un oído tan fino, que es capaz de escuchar todo lo que se hable a kilómetros de distancia.
Aunque aquella afirmación le pareció demasiado exagerada –por muy bueno que fuera el oído de Jumara, era imposible pensar que pudiera llegar a tanto, pues ese tipo de virtudes eran exclusivamente de los Dioses-, Kata Juta decidió que lo mejor sería no hacer ningún comentario al respecto. Sobre todo, porque tenía la impresión de que Bujari, aparte del hecho de ser mujer, parecía de ese tipo de personas a las que no gustaba que se las llevara la contraria.
Ella le explicó que había decidido pasar un tiempo en soledad, porque sus padres pretendían casarla con un guerrero por el que ella no sentía ningún afecto. Seguramente la estuvieran buscando, removiendo cielo y tierra para encontrarla, pero ella era muy hábil ocultando las huellas y no les daría esa oportunidad, hasta el momento en que por propia voluntad decidiera poner fin a aquella situación, que sería cuando el guerrero se cansara de esperarla y eligiera a otra muchacha para casarse con ella.
Ese carácter obstinado, le recordó a Kata Juta el suyo propio. Quizás por ese motivo, comenzó a sentir afecto por Bujari, no poniendo impedimento alguno cuando ella le propuso acompañarle hasta Ulurú y ayudarle en su misión.
Como a Luluba tampoco parecía caerle mal, dado que se acercaba a ella sin ningún temor, poniéndole incluso la cara en las manos para que la acariciara, y teniendo en cuenta la desenvoltura natural de la muchacha, Kata Juta pensó que había tenido mucha suerte de encontrarla, sobre todo cuando ella propuso compartir las provisiones.
-Podemos alcanzar las Montañas Azules en dos días, -dijo Bujari, colgándose del brazo la bolsa de provisiones.
-Ten, -añadió a continuación, entregándole un cuchillo de hueso parecido al que llevaba colgado de la cintura. Necesitarás esto, pues nunca se sabe lo que puede uno encontrarse en el Desierto Rojo.
Kata Juta protestó, alegando que tenía que volver al sitio donde había dejado sus provisiones y también recuperar la lanza de Lungkata, ya que era el arma preferida de su amigo y estaba seguro de que su pérdida le disgustaría. Pero cambió inmediatamente de parecer, cuando Bujari protestó, afirmando que tal acción sería una imprudencia, porque Jumara era un ser tremendamente rencoroso y estaría al acecho.
-Te lo creas o no, -advirtió muy seria-, Jumara nunca abandona una presa.
Kata Juta no dijo nada. Empuñando firmemente el cuchillo que le había regalado Bujari, inició decidido la marcha por la ribera norte del lago, espantando sin querer a una familia de cisnes negros que se había acercado en ese preciso momento hasta la orilla.
-¿Seremos capaces de atravesar el Desierto Rojo?, -preguntó, volviéndose inquieto hacia Bujari.¡Nunca encontrarás un guía mejor que yo!, -dijo ésta, toda confiada, guiñándole un ojo en señal de complicidad.

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