miércoles, 16 de septiembre de 2009

Capítulo 4: La Misión de Kata Juta

La Misión de Kata Juta

Kata Juta supo que algo no iba bien, cuando escuchó el sonido de los tambores congregando a toda la tribu a una asamblea general. Al principio no se extrañó de no ver a Lungkata por ninguna parte, puesto que conocía sus intenciones de salir a cazar muy temprano, y supuso que la jornada se estaba prolongando más de lo esperado, a juzgar por su tardanza en regresar al poblado. Pero cuando observó las caras serias y los gestos de preocupación en los demás –muchos de los cuales le miraban y después cuchicheaban entre ellos-, supo que el misterio tenía que ver, sin duda, con él.
Hasta entonces, Kata Juta nunca había sentido miedo. Y no es que fuera una persona excesivamente valiente; ni audaz; ni mucho menos temerario. Pero nunca había sentido su corazón latir con tanta fuerza como para pensar en la posibilidad de que quisiera salírsele del pecho.
Sabía lo que era la fatiga, el cansancio después de cierto tiempo corriendo, cuando las piernas ya no aguantan más y tienes que pararte con la boca muy abierta para recuperar el aliento, aspirando grandes bocanadas de aire. Conocía también lo que era el dolor en los brazos, después de estar cierto tiempo practicando con el mazo tjuni; o haciendo prácticas con el boomerang, un arma muy sofisticada, capaz de alcanzar su objetivo a distancia, que requería una técnica y un dominio de muñecas muy especiales.
Nadie sabía exactamente quién inventó el boomerang, pero si hablabas con los más ancianos de la tribu, estos siempre afirmaban que, según las leyendas, los Wondjinas –los Dioses-, le habían enseñado su uso y construcción a Adanee, el primer antepasado de los aborígenes.
La leyenda decía que al principio del mundo, los Wondjinas crearon al hombre, al que pusieron el nombre de Adanee, que significa, literalmente: el primer hombre.
Siendo muy sabios, los Wondjinas pensaron en la posibilidad de crear una compañera, pues opinaban que no era bueno que el hombre estuviera solo. Aprovechando que Adanee dormía profundamente, le quitaron un pedacito de costilla, con el cuál crearon a la mujer que sería su compañera. La llamaron Evanee, que, lógicamente, significa la primera mujer. Después crearon a las plantas y a los animales.
Pero aún así, a pesar de haber dotado al hombre de inteligencia para que sobresaliera de los demás seres que poblaban el planeta, pensaron que debían de ayudarle un poco más, para garantizar su supervivencia.
A los animales les habían dotado con ciertas cualidades, que el hombre no tenía: a los pájaros les habían dado alas, que les permitían volar y ponerse fuera de su alcance; a los peces agallas y aletas, con las que podían nadar debajo del agua y eran, también, muy difíciles de alcanzar, pues incluso su piel, cubierta de escamas, era muy escurridiza; a los animales terrestres fuerza, rapidez y ferocidad, que los hacían potencialmente peligrosos y más fuertes.
De ese modo, sintiéndose apiadados por el hombre, los Wondjinas entregaron a Adanee el boomerang y le enseñaron a manejarlo. Con él podía cazar animales a distancia, sin exponerse a sus colmillos, o a sus garras, o incluso a sus cuernos; aves, aunque estuvieran en las ramas más altas de los árboles o incluso volando a baja altura. En cuanto a los peces, le enseñaron rudimentarias técnicas de pesca. Con referencia a los frutos de la tierra, le enseñaron a diferenciar entre los que eran comestibles y aquellos otros que, por sus características, eran incompatibles para él, y por lo tanto, venenosos.
La leyenda afirmaba también, que a aquél primer boomerang le habían dotado de poderes mágicos. Pero sólo podía ser utilizado para hacer el bien y nunca con fines particulares y egoístas. El único problema, consistía en que nadie sabía a ciencia cierta el lugar en el que se encontraba depositado.
Algunos decían, que cuando murió Adanee, después de una vida larga en la que tuvo muchos hijos, que después crecieron y se extendieron por el mundo formando sus propias familias –de ahí las diferentes tribus y familias aborígenes-, lo depositaron en su tumba, junto con otros utensilios que le habían pertenecido.
Otros, por el contrario, decían que, dado su extraordinario poder, los Wondjinas lo habían recuperado, guardándolo en las profundidades de la montaña Ulurú cuando se retiraron a descansar, una vez concluida su labor entre los hombres. Para asegurarse de que nadie turbaba su descanso, crearon a los bunyips y también a unos extraños seres –si es que eran tal cosa, porque sólo se veían como luces que recorrían el desierto a gran velocidad-, a los que se llamaba, en el idioma aborigen, Min-Min o candiles de los Dioses.
Fueran o no ciertas las leyendas, Kata Juta sintió una gran piedad cuando vio el cuerpo de Lungkata tendido en el suelo, junto a la puerta de la choza del chamán, mientras todo el poblado se arremolinaba alrededor de éste último y la severa figura de Malani, el jefe del poblado.
Malani era un hombre mayor, pero de constitución recia, que ejercía su gobierno sobre los Anangu con autoridad, aunque también con justicia, sin permitir que sus consideraciones personales afectaran su buen juicio.
Cuando era más pequeño, a Kata Juta le daba miedo acercarse a él, porque veía a un gigante de casi dos metros de estatura, completamente calvo en la cabeza, pero con una barba tan larga, que le llegaba casi hasta el ombligo.
-No hay que juzgar a nadie por su tamaño o aspecto, sin haberle dado antes una oportunidad de conocerle, -solía decir el bueno de Lungkata, cuando se escondía detrás de él para ocultarse de Malani.
Malani y Musara levantaron las manos sobre la multitud congregada, solicitando silencio. Una vez conseguida la atención de todos, Malani se dirigió a ellos, con las siguientes palabras:
-Escuchadme todos, aquí tenemos a nuestro hermano Lungkata, cuyo cuerpo ha recibido el veneno del aguijón de una hormiga ungwatafungi.
Un Oooh de espanto se levantó de las gargantas de todos, incluido Kata Juta, arrodillado junto al cuerpo de Lungkata.
-Musara dice que la única posibilidad de recuperación que tiene Lungkata –continuó diciendo Malani-, es a través de los poderes del Boomerang Mágico, capaz de convocar a los Donantes de Tiempo y conseguir de estos viajar hacia atrás en el tiempo, evitando la picadura. Por eso necesitamos un voluntario…
-Si la leyenda es cierta, -intervino entonces Musara-, y yo así lo creo, el voluntario tendrá que buscarlo en el interior de la montaña Ulurú, ya que creemos que es allí donde duermen los Wandjinas y descansa Adanee.
-Todos sabemos que la montaña Ulurú está en el territorio de los bunyips, -dijo un guerrero.
-Es cierto, -dijo otro, apoyando las palabras del anterior. Aún en el caso de que el voluntario consiguiera llegar hasta allí, ¿cómo conseguiría burlar la vigilancia de los bunyips?. ¿Y de los Min-Min?.
-Es una misión suicida, -comentó el pescador Mani, pesaroso, ladeando la cabeza hacia un lado y otro.
Mientras discutían, dando cada uno su opinión, sin conseguir ponerse de acuerdo –realmente nadie creía que la empresa pudiera llevarse a feliz término-, Kata Juta se puso despacio en pie. Luego, acercándose a donde estaban Malani y Musara, observando la escena en silencio, dijo, alzando la voz todo lo alto que pudo:
-¡Yo iré!.
Una vez captada la atención de todos, Kata Juta repitió:
-¡Yo iré!. ¡Yo seré el voluntario!.

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