tag:blogger.com,1999:blog-70870853040552308402024-03-19T13:01:11.587+01:00EL RINCÓN DE LOS CUENTOS PERDIDOSjuancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.comBlogger42125tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-9880024230135598552012-10-31T12:25:00.000+01:002012-10-31T12:25:09.350+01:00Noche de Difuntos a la vera del Moncayo<br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEip3lYDg5nDqCTfQ48QQXEB2zhdh1DkiVSNGve0mxJioVjFOX86aIgGqLWrr-fLpyC10Vlb2WLo0k3Tc_nltYlZNV9NRfSuqw0hQwPK9xC4qLvQReyrUye93VrhqLc9N_Eiry85aaSfdXE/s1600/PIC_0512.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" qea="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEip3lYDg5nDqCTfQ48QQXEB2zhdh1DkiVSNGve0mxJioVjFOX86aIgGqLWrr-fLpyC10Vlb2WLo0k3Tc_nltYlZNV9NRfSuqw0hQwPK9xC4qLvQReyrUye93VrhqLc9N_Eiry85aaSfdXE/s320/PIC_0512.JPG" width="240" /></a></div>
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<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">L</span></strong>a Noche de Difuntos nos sorprendió en las proximidades de Veruela. Antes de llegar al milenario monasterio, nos detuvimos en Trasmoz, subiendo a lomos de nuestras monturas hasta las ruinas del castillo que, según la leyenda, fue levantado en una sola noche por el Diablo. Frente a éste, y ocultando a la vista de los mortales los miserables vestigios de los antiguos templos paganos, de las cumbres nevadas del Moncayo llegaba hasta nosotros el aullido lejano, desesperado y hambriento de los lobos. Aún era mediodía, pero unos negros nubarrones intimidaban a un sol que ya de por sí había amanecido débil y mohíno. Por debajo de las ruinas, la puerta de madera de la vieja ermita bizantina, dedicada a la Virgen de la Huerta (1), crujía con frenética monotonía, resistiendo milagrosamente el empuje de un viento gélido y atroz, que ya comenzaba a dar señales de transformación en ese peligroso demonio que por estos lugares los aldeanos denominan <em>Cierzo</em>, pero que en los espeluznantes bosques canadienses, las tribus indígenas temen y conocen como <em>el Wendigo</em>. Fue mi hermano Valeriano quien, haciendo alarde de su prodigiosa memoria, me recordó la inminencia de la Noche de Difuntos, ignorando mis pretensiones de encender una vela a ese compañero de caminos y de <em>Vírgenes Negras</em>, que es el musliherido San Roque:</span></div>
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<span style="color: #bf9000;">- No hay tiempo, Gustavo. En breve se abrirán las puertas del Averno y las brujas y los demonios de la noche se liberarán por el mundo, para atormentar a los intrépidos...Hemos de darnos prisa y refugiarnos tras el santuario que han de ofrecernos los muros del viejo monasterio.</span></div>
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<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">R</span></strong>elativamente cerca, Vera de Moncayo parecía, no obstante, un espejismo inalcanzable más allá de unos campos desnudos y ateridos, en los que algunos viñedos maceraban fuego y escarcha, y en cuyas hojas de parra se adivinaba el vestido de color macilento que, según la Biblia, cubrió las vergüenzas de Adán y Eva cuando fueron expulsados del Paraíso, y con cuyo fruto, suponen algunos que alcanzó Noé su primera borrachera mística.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">L</span></strong>ejos de sentir en mi interior idéntica o similar confianza que la demostrada por mi hermano Valeriano, pensaba que los muros del antiguo cenobio cisterciense, en el que apenas oraba et laboraba un puñado de viejos monjes, herederos del espíritu de San Benito pero inexistentes para el mundo, sería un bastión inexpugnable capaz de contener a las terribles criaturas que, de creer en las viejas fábulas y consejas, habrían de poseer a un hombre, colándose de rondón por los caminos sin cerca de madera ni alambre de espino de su imaginación.</span><br />
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">E</span></strong>l trote de los caballos se convirtió en galope; y el galope, heridos los ijares de los nobles animales, en una frenética huida, mientras el viento nos golpeaba en la cara, arrastrando los primeros copos de nieve, que herían como cuchillas bien afiladas. Atravesamos Vera de Moncayo a velocidad de vértigo, sin cruzarnos con alma alguna, aunque sí percibimos atisbos de vida a través de algunos ojos, anónimos y temerosos, que nos observaban a hurtadillas detrás de los postigos de las ventanas, sin duda alertados por el ruido seco y atronador producido por los caballos de los caballos al golpear sobre los duros adoquines de la calle principal. Unos segundos después de que la luz fugaz de un relámpago se reflejara sobre la pulida superficie de la Cruz Negra -me estremecí, al recordar la leyenda condal del terrible señor del Segre- cruzamos como una exhalación la portalada de piedra del monasterio.</span><br />
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">D</span></strong>os monjes nos esperaban al final de un paseo flanqueado a ambos lados por filas de bananos, cuyas ramas, desnudas y retorcidas, semejaban los brazos de condenados, desesperados por alcanzar un cielo que los liberara definitivamente de las torturas del Infierno. Mezclando el color del plumaje de las urracas, en sus hábitos había una familiar</span></div>
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<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dw7I73WsgdE4IZboMwE6km7q9CiDINlKkTP8yOis47_0bZzZ78YDFOjJRopYyYGVu3NyZpcGF7DmUTErN1trg' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
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<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">D</span></strong>os monjes nos esperaban al final de un paseo flanqueado a ambos lados por filas de bananas, cuyas ramas, desnudas y retorcidas, semejaban los brazos de infelices condenados, desesperados por alcanzar un cielo que los liberara definitivamente de las torturas del Infierno. De idéntico color que el plumaje de las urracas, en sus hábitos había una familiar presencia, que me recordó a <em>los monjes con espuelas</em> (2), cuyas osamentas se levantarían a medianoche para seguir combatiendo allá, en las celtíberas laderas del soriano <em>Monte de las Ánimas</em>, mientras el Duero, antes de llegar a la curva de ballesta (3) sobre la que se alza la ermita de San Saturio, reflejaría, un año más, un diabólico rayo de luna que habría de levar a la perdición a algún infeliz mancebo enamorado.</span></div>
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<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">L</span></strong>a penumbra dibujaba extrañas formas en el pavimento de un claustro cuyas arquerías, eternamente libres del prisionero abrazo del cristal, permitían que el viento, al colarse libremente, semejara portar consigo ecos y susurros de antiguos rezos y misereres; <em>te deum laudamus</em> de comunidades cenóbíticas que habían muerto a mayor gloria de Dios, los restos de cuyos abades reposaban bajo inmemoriales losas señaladas con el báculo mosaico y distribuídas por la iglesia y la Sala Capitular.</span></div>
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<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">L</span></strong>a magia en equilibrio de las bóvedas góticas, se desplegaba por los cuatro puntos cardinales del claustro, como alas oleaginosas de murciélago desplegándose hacia un centro imaginario en su vuelo sin visión. Aunque frugal, no obstante en la cena se cólo, mezclado con los posos del vino, fuerte y áspero como los mitos de esta tierra, el espectro correoso de las pesadillas. Presa de una febril actividad nocturna, de mi imaginación desbordada brotaron meridianos demonios: seres elementales que brotaban de lo más profundo de las gotas de rocío que pernoctaban en mi alma atormentada:</span></div>
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<span style="color: #bf9000;"><em><strong><span style="font-size: x-large;">G</span></strong>enios del aire, habitadores del luminoso éter, venid envueltos en un girón de niebla plateada; silfos invisibles, dejad el cáliz de los entreabiertos lirios y venid en vuestros carros de nácar a los que vuelan uncidas las mariposas; larvas de las fuentes, abandonad el lecho de musgo y caed sobre nosotras en menuda lluvia de perlas; escarabajos de esmeraldas, luciérnagas de fuego, mariposas negras, venid; y venid vosotros todos, espíritus de la noche, venid zumbando como un enjambre de insectos de luz y oro; venid, que ya el astro protector de los misterios brilla en la plenitud de su hermosura; venid, que ha llegado el momento de las transformaciones maravillosas; venid, que los que os aman os esperan impacientes...</em></span></div>
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<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">T</span></strong>odo esto, lo escribo desde mi celda, en ésta gris y fría mañana del día de Todos los Santos, del año de 1842. ¿Verdad o mentira?. ¡Quién lo sabe!. Tan sólo puedo asegurar, que a la mañana siguiente, enfermo y exhausto en el lecho, desperté en los brazos de mi hermano Valeriano. Junto a la cera derretida de la vela, en la superficie carcomida de la mesilla de noche, un ligero rastro de púrpura terminaba en las proximidades de mi almohada. De la terrible ventisca enviada por los manes del Moncayo, quedaba el testimonio de la exhorbitante cantidad de nieve abatida sobre el monasterio.</span></div>
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<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">U</span></strong>no de los monjes, posiblemente el boticario, entró y entreabrió la ventana, alegando que los aires del Moncayo serían el remedio ideal para mi fiebre. Junto con elos, un ligero olor a azufre penetró también en la habitación...</span></div>
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<br /></div>
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<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dzdvHSuSfbJHbbM40OTxBlqfWVLuK79TFPDSVS48lr2_tRC71_kVhOzSVEJcRQlsfwOMwZcFpspVFcy1OyjGg' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
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<br /></div>
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<span style="color: #bf9000; font-size: x-small;"><strong>(1) No deja de tener cierta similitud con la antigua iglesia templaria de similar advocación, de Puente la Reina, hoy día conocida popularmente con el nombre de Iglesia del Crucifijo, pero que, allá por el siglo XII, estaba bajo la advocación de Nª Sª de los Huertos.</strong></span></div>
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<strong><span style="color: #bf9000; font-size: x-small;">(2) Con tal nombre, se refería Gustavo Adolfo Bécquer a los templarios.</span></strong></div>
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<strong><span style="color: #bf9000; font-size: x-small;">(3) De la poesía de Antonio Machado.</span></strong></div>
juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-57509173309337013532012-10-07T18:55:00.000+02:002012-10-07T18:55:03.816+02:00Boronas de Otur: una lágrima al partir...y dos al regresar<br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIqAw1wGQyrTXRkhV1tBm_05je6wGKunk9pmtE1h6ofLH3umjhvzMJIInKSX4JBhZxnskxEud9wzGam36ya7CNfRkv0J_n8jZRaDYi2GZzHfAtbKHLJaYiafFlq76St5ULCFjfWxBApuo/s1600/Asturias+septiembre+2012+200.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" mea="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIqAw1wGQyrTXRkhV1tBm_05je6wGKunk9pmtE1h6ofLH3umjhvzMJIInKSX4JBhZxnskxEud9wzGam36ya7CNfRkv0J_n8jZRaDYi2GZzHfAtbKHLJaYiafFlq76St5ULCFjfWxBApuo/s320/Asturias+septiembre+2012+200.jpg" width="320" /></a></div>
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<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">L</span></strong>a última vez que vi Boronas, el verano tocaba a su fin. A finales de agosto de 1979, cuando el viejo Simca 1000 alcanzaba Las Cruces, pensé que mi despedida sería, como siempre, hasta el año siguiente. Me equivoqué. La vida da muchas vueltas, es cierto, y cuando uno tiene diecisiete años, pocas o ninguna vez piensa en ese concepto <em>peterpaniano</em> de nunca jamás. Más bien piensa, motivado, qué duda cabe, por la ignorancia de la adolescencia, que todo es perfecto; eterno y que el adiós nunca va a ser tan largo como para significar olvido. Lo sé muy bien.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">L</span></strong>as Cruces eran los límites que delimitaban esa pequeña <em>Brigadoon</em>, mágica y entrañable, que era la Boronas de mi infancia. En realidad, se trataba de una bifurcación de caminos que, por sus características y para ser exactos, más que forma de cruz, tenía las características de una perfecta pata de oca: el ramal central desembocaba en Boronas; el de la derecha, llevaba a la casa del Pinto y el de la izquierda, más largo y misterioso, se perdía hacia las montañas, en dirección a la Artosa, el monte Pegueiros y el hogar de los lobos. Es curioso, pero a pesar de que oía a los lobos aullar por las noches -sin duda, el mejor talismán de infancia eran las propias sábanas, cuya complicidad con la imaginación infantil hacían que estas te proporcionaran el sublime recurso de la invisibilidad frente a todos los peligros- tan sólo una vez tuve un encuentro directo con uno. Fue precisamente aquí, en este alto de Las Cruces, allá donde el monte se pelea con el asfalto de la carretera y los helechos crecen tan altos, que invitan a pensárselo dos veces antes de adentrarse en un lugar que todavía conserva deseos de independencia frente a la vulgaridad de los humanos. Si vivo para contarlo, será seguramente porque el lobo es un animal lo suficientemente inteligente como para saber dónde está realmente el peligro, y es de preveer que mi miedo era lo bastante desagradable para su olfato, como para molestarse siquiera en enseñarme los dientes. Puede ser, también, que sus correrías nocturnas hubieran satisfecho su hambre, o pudiera darse el caso, ¿por qué no?, que mi ángel de la guarda le hubiera enseñado el puño, amenazándole con romperle todas las costillas si se atrevía a dar un paso. La cuestión, es que el animal no se movió. Permaneció completamente quito durante unos minutos que a mí se me antojaron años, y después de escrutarme con unos ojos tristes, dio media vuelta, internándose en el monte sin volver la cabeza atrás ni una sola vez.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">E</span></strong>n este punto, fue también donde mi abuela Alejandra nos sorprendió con ese don paranormal, del que a veces hacía gala con toda naturalidad. Aquí fue, también, donde vio a María (1) la del Pinto, caminar sola hasta perderse en el monte. No tendría nada de extraño, si no fuera por el detalle, de que la probe María había muerto varias horas, antes de que mi abuela la viera. Mi madre y yo estábamos con ella, pelando guisantes, y cuando nos llegó la noticia, miramos a la abuela como a un ser de otro planeta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">N</span></strong>o muy lejos del pilón donde abrevaba el ganado, y donde había decidido, también, instalarse una curiosa especie de salamandras de piel negra y naranja, había una pequeña ermita dedicada a San Miguel. O mejor dicho, a <em>San Miguelín</em>, como decían alli. No se veía, porque una frondosa maleza, entre la que no faltaban las eternas zarzas y tampoco las jugosas moras, la ocultaba a la vista. Era un pequeño rincón secreto, donde nos juntábamos los Pinto, los Cabarco y un servidor, para echarnos un pitillo a escondidas de los mayores.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">R</span></strong>ecuerdo con especial cariño, el hórreo y la panera de la Fernanda. El hórreo, porque, además de ser una construcción extraña, arcaica que siempre me ha gustado, tenía una curiosa marca, en forma de <em>cés</em> invertidas, que me recordaban un tridente. De hecho, le mandé una foto a Antonio Ribera -en aquéllos tiempos, toda una autoridad en la materia ufológica- porque me recordaba el símbolo que el famoso OVNI de San José de Valderas, Madrid, lucía en la panza. No me contestó. Supongo que me tomó por otro de los chalados que veían <em>ummitas</em> a diestro y siniestro, y no le culpo. La panera, como decía, la recuerdo con especial cariño, porque allí había instalado Orlando su taller. Un taller parecido al del genio loco de <em>Regreso al Futuro</em>, haciendo sus experimentos con todos los aparatos de radio y televisión que caían en sus manos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">P</span></strong>or debajo de Boronas, se accedía al río -nunca supe su nombre, y creo que en casa tampoco lo sabían- en cuyas orillas pesqué mis primeras truchas y donde fisgaba cada vez que tenía ocasión, por si sorprendía a alguna <em>xana</em> cepillándose el cabello. A veces, husmeaba en las pequeñas cuevas, pensando que quizás un golpe de suerte me haría encontrar algún tesoro olvidado de <em>los moros</em>. Pero nunca vi una <em>xana</em>; jamás encontré tesoro alguno, y las truchas que pescaba eran tan pequeñas, que incluso el gato que se las comía parecía recriminarme mi poca inspiración como pescador.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">A</span></strong> veces, me sentaba en los escalones de piedra del hórreo de mis abuelos, y tocaba la guitarra. Pero tampoco nunca destaqué como músico, a pesar de haber tenido siempre un buen oído...Ah, <em>qué tiempo tan feliz</em>, como diría la canción de Mary Hopkins: <em>aquéllos son los días, amigos, que pensé que nunca acabarían...</em></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">T</span></strong>reinta y tres años después, la ilusión se convirtió en ceniza. Parado desde el alto de Las Cruces, la mitad del monte había desaparecido; alrededor de la ermita de San Miguelín -la estaban reformando, e incluso yo diría que la habían agrandado- ya no había ni vegetación, ni zarzas, ni sabrosas moras; en la casa de los abuelos, ya no había vacas: la cuadra, que siempre había estado unida a la casa, era ahora otra sala más; la Fernanda -a quien robaba el chocolate y cuya marca nunca olvidaré, <em>Cibeles</em>- había fallecido hacía muchos años y Orlando se había casado y vivía...bueno, en cualquier lugar, menos en el pueblo. Mi tía apenas me recordaba y yo no conocía a las nuevas generaciones de <em>boronenses</em>, ni siquiera haciendo buena la llamada de la sangre. En realidad, no pude aceptar la invitación a comer. Emprendí el camino de regreso y me desahogué, un mar de lágrimas después, camino de Villapedre, Navia y Coaña.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><em><strong><span style="font-size: x-large;">Q</span></strong>ué días tan felices</em>, seguía cantando Mary Hopkins, <em>aquéllos que pensé que nunca acabarían...</em></span></div>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dxrGI9wfBJvkrpv7oTMzKsssFqOG5oN5WJOSlalg5yPa0yyjT6dwEywj2RDXgfsbPQX9mHL1oGO02YGzlZV4g' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-80189091748934265712012-10-02T08:57:00.000+02:002012-10-02T08:57:19.176+02:00Xana<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglCo7MsxkX-shMKJXDvOMMX1Nwg1yMuVRfuGQs5dJMaH1PwQsL3K_dN_sSQX7edYzr1bLIzvXtqQZ9Z_UVCxM1bji7nLL0Rq1hE0w-37towD9mJJIeibOpbPRuUcYAh9ZUl1Tb6rum2hs/s1600/Asturias+septiembre+2012+551.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" kea="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglCo7MsxkX-shMKJXDvOMMX1Nwg1yMuVRfuGQs5dJMaH1PwQsL3K_dN_sSQX7edYzr1bLIzvXtqQZ9Z_UVCxM1bji7nLL0Rq1hE0w-37towD9mJJIeibOpbPRuUcYAh9ZUl1Tb6rum2hs/s320/Asturias+septiembre+2012+551.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">C</span></strong>halanero, chalanero, qué lleves en la chalana,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">llevo roses y claveles, y el corazón de una chana,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">si pases el puente, nun caigas al agua,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">que los míos amores, son de la chalana.</span></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">S</span></strong>on de la chalana, son de un pueblu marineru,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">que si la chalana es guapa,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">Llaviana pierde un luceru,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">si pases el puente, nun caigas al agua,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">que los mis amores, son de la chalana.</span></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">E</span></strong>n la fonte la Nalona,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">hay una xana llorando,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">porque diz que non la quieren</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">los rapaciños de Entrialgo,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">si pases el puente, nun caigas al agua,</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="color: #bf9000;">que los mis amores, son de la chalana.. (1)</span></div>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dwV2bVL1G3WrA23qsXUz9IvcpUYL90fkPFZqmpBM24w9Y_-JQSl8vOA-K55ANshuLAH4NJ3YjflLkGn3N3X3w' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
<br />
<span style="color: #bf9000; font-size: x-small;"><strong>(1) Tradicional. Versión Nuberu y Víctor Manuel en concierto. Asturias, 2004.</strong></span>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-83192875224593619862012-07-29T20:22:00.002+02:002012-07-29T20:22:55.863+02:00Un cuento de la Laguna Negra<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiAndPTS1GvKaF4y_DbUgvRSwZ6wTabuYhBTrwDmym049RaZLnLF6L4PzB-XVOhp-I1IBAxOjB_l8D2qusLYmDcFlnkCX3mXjAkV7dPEyXgfk43xEgDwI9TwoCsahApVC2q1VaO8sBF2tc/s1600/RINC%C3%93N-LAGUNA+NEGRA.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" sda="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiAndPTS1GvKaF4y_DbUgvRSwZ6wTabuYhBTrwDmym049RaZLnLF6L4PzB-XVOhp-I1IBAxOjB_l8D2qusLYmDcFlnkCX3mXjAkV7dPEyXgfk43xEgDwI9TwoCsahApVC2q1VaO8sBF2tc/s320/RINC%C3%93N-LAGUNA+NEGRA.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">D</span></strong>icen las comadres, que por las noches la Luna se mira en ella, coqueta y muy pagada de sí misma, como la madrastra del cuento de Blancanieves, preguntándole quién es la más bella. La Laguna Negra sonríe, pero no obstante, calla. Hay quien puede llegar a pensar que con su silencio otorga, pero yo creo que, en realidad, callando aleja de su entorno al terrorífico fantasma de la vanidad. La Luna suspira entonces, y como todas las noches desde que el mundo es mundo, dándose por vencida, se despoja de su capa de armiño y se sumerge lentamente en el agua. Los lobos, ocultos en lo más impenetrable de los bosques que la circundan, aúllan con insistencia, disponiéndose al cortejo. Más allá, en los roquedales de las cimas más altas de los Picos de Urbión, águilas, buitres y alimoches cabecean inquietos; en su duermevela sueñan, quizás, con esas inalcanzables estrellas que los hombres codician; febril e inútilmente, como se codicia todo aquello imposible; todo aquello que pertenece al Mundo de los Sueños. Búhos y lechuzas, encaramadas en las ramas más altas de los árboles, custodian los senderos forestales que el otoño ha llenado de hojas y recuerdos, mientras ciervos y revecos retozan en silencio en su cuna de helechos, esperando nerviosos un alba que no termina de llegar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">H</span></strong>acia el centro de la Laguna, allí donde la Luna bracea con la elegancia de una mariposa, las burbujas estallan al contacto con el aire, delatando los suspiros que la soledad provoca en la Ninfa inmortal que habita desde tiempo inmemorial en lo más desconocido de sus profundidades. En el óvalo perfecto, protegido por crómlechs y menhires que una vez fueron orgullosos caballeros condenados por un sortilegio, las riberas reciben el abrazo fantasmal de una niebla cargada de evocaciones del pasado. Los fantasmas afloran a la superficie, arrastrando penosamente unas cadenas injuriosas que nunca debieron cargar. Hay quien a falta de nombre propio, les pone apellido. Realidad o ficción, lo cierto es que en esta hermosa tierra de pinares, todo el mundo conoce el nombre de Alvargonzález.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">H</span></strong>ay hombres intrépidos que se acercan al atardecer, en vísperas de la noche de Difuntos, y cuando vuelven a sus hogares, lo hacen con el pelo blanco como la nieve y la mirada perdida en esos fuegos fatuos sobre los que danzan alegremente hadas y duendes, trasgos y diablos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">P</span></strong>or esas fechas, cuando el invierno atrae desde los bosques canadienses al terrible Wéndigo (1) -espíritu inquieto de los vientos, que por aquí los aldeanos conocen por el nombre de Cierzo- la Ninfa de la Laguna cumple años. Pero es un trámite sin importancia, porque su hermosura y lozanía son eternas y nunca sufren alteración. ¿Cómo podrían existir canas y arrugas en quien se baña todos los días en la Fuente de la Eterna Juventud?. Yo lo sé bien. Y como todos los años, voy con el Wéndigo de un lado para otro, sin tener apenas tiempo de descansar. Con él, muero de regreso a los oscuros bosques de Canadá, y la primavera retorna otra vez mi espíritu aquí, a la tierra en la que nací.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">T</span></strong>al vez os preguntéis quién soy yo. Y tal vez os sorprendáis al conocer mi respuesta: tan sólo soy una hoja mecida por el viento.</span></div>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dzroHV4Lxfw6z_n-6E762bmniSZvfoHFk7F5i6ej9TAVzpXTfoEHJPbqNMweTY-8hDg5kuamA8Lc6nxsJb2Eg' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000; font-size: x-small;"><strong>(1) El Wéndigo es un término acuñado por el escritor Algernon Blackwood, perteneciente a la Golden Dawn quien, en un relato que lleva tal título, lo sitúa, basándose en ancestrales mitos de los indios, en lo más impenetrable de los bosques canadienses. En una recopilación editada por Alianza Editorial, se le incluye dentro de los Mitos de Cthulhu, basados en las terribles historias del escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft.</strong></span></div>
<br />juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-49002088291197030512012-07-19T13:59:00.004+02:002012-07-24T07:53:19.985+02:00Frágil como una flor<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7v6LD5pzC8hrWDIZLEG_mmTUxGgVAW44OoKHoLU134CToTa6P9t_Rj4nJevWnCOOvpp8tG8preCcCt0_1fZC-fP7yHJ634WtZUOVP0aH_cBz_eyUy2SCWkSIJYnyt7W5ouQR0eTGtWeQ/s1600/RINC%C3%93N-FR%C3%81GIL+COMO+UNA+FLOR.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hda="true" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7v6LD5pzC8hrWDIZLEG_mmTUxGgVAW44OoKHoLU134CToTa6P9t_Rj4nJevWnCOOvpp8tG8preCcCt0_1fZC-fP7yHJ634WtZUOVP0aH_cBz_eyUy2SCWkSIJYnyt7W5ouQR0eTGtWeQ/s320/RINC%C3%93N-FR%C3%81GIL+COMO+UNA+FLOR.jpg" width="320" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">U</span></strong>na fría mañana de diciembre, cuando aún los naranjos no se habían desprendido de la pajarita de escarcha que les había dejado en prenda la madrugada, una gitana me leyó la mano; o lo que ella, emulando esa <em>gran jarte</em> que tiene su raza, pensaba que podía <em>leerse</em> en una mano que todavía estaba tibia, desprendiendo parte del olor del gel de ducha y el jabón de afeitar, con los que me había aseado unos minutos antes, apenas recién levantado. A ras de suelo de un plomizo amanecer, algunos jirones de niebla evolucionaban al compás de una macabra sinfonía, empecinándose, aún más si cabe, en convertir en impenetrable ese gran misterio ancestral que hacía de la judería, indefinidos siglos después, el queso que atraía irremediablemente a la trampa, a un ratón de lo más glotón, conocido con el nombre de turismo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">E</span></strong>nfrente de la mezquita-catedral, las puertas correderas del Hotel Maimónides, al abrirse y cerrarse al paso de los huéspedes, dibujaban guiñoles <em>epifánicos</em> que reflejaban sobre el húmedo pavimento parte de la variada cromática de los adornos del árbol de Navidad, aunque sus débiles destellos semejaran, en el fondo, cruces de navajas precipitadamente liberadas. Mientras tanto los turistas, avispados seguramente a fuerza de ser timados, se perdían por el bosque de columnas del interior de la antigua joya califal reconvertida en catedral trás la conquista de Córdoba por los ejércitos cristianos, aprovechando su gratuidad antes de las diez de la mañana, hora en que la visita quedaba supeditada al pago excesivo de una entrada.</span><br />
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">L</span></strong>a gitana no lo dijo, evidentemente, pero cuando secuestró mi mano entre las suyas, fue comi si hubiera pronunciado el mitico tópico asociado a todo acaparador de lo ajeno: <em>manos arriba, esto es un atraco</em>.</span><br />
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">P</span></strong>or otra parte, bien es cierto que -y en esto, no puedo por menos que pensar en ese temor atávico frente a semejante raza trashumante- que de nada sirven las protestas cuando un gitano ve la posibilidad de hacer negocio, siquiera sea engañando incautos, arte, como digo, en el que nos llevan milenios de ventaja.</span><br />
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">P</span></strong>ara bien o para mal, y una vez mi mano izquierda -esa que dicen las malas lenguas que Dios no tiene- retenida entre las suyas como rehén a punto de ser ejecutado, su parrafada mística, inspirada según ella por la <em>información astral</em> contenida en esa conjunción de líneas en la que yo nunca había visto otra cosa que encrucijadas y senderos que no conducen a ninguna parte, me trajo a la memoria pensamientos muy alejados de ese brillante camino de éxitos que, en su infalible opinión de pitonisa, me esperaban detrás de la esquina. Éxitos relacionados con la fortuna; con la suerte; con el amor; con ese golpe de estado personal, que me haría ser socio honorario del exclusivo <em>Club de los Brillantes</em>...</span><br />
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">S</span></strong>u aliento, cálido y alitoso, formaba caprichosas cabezas de hidra, a cual más burlona y amenazadora, semejantes a las terribles bestias que ilustran los capiteles de un arte que hasta el siglo pasaba se denominaba <em>bizantino</em>, y que ahora todo el mundo conoce por románico.</span><br />
<span style="color: #bf9000;"><em>Alea jacta est</em> (1), me dije, recordando la famosa tirada de dados de César, frente a las turbulentas aguas del río Rubicón.</span><br />
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">I</span></strong>ntenté zafarme de las aceitunadas manos de la gitana, haciendo caso omiso a sus augurios de fortuna que, en el fondo, nada significaban para mí, no obstante pensando en algo tan sencilloo y a la vez tan complicado como la amistad. Algo con lo que había soñado toda mi vida y, paradójicamente, nunca había terminado de encontrar.</span><br />
</div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;">[continúa]</span></div>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dwkNZkSOrtps2WeCFCzEKJuk9gpSylnkbji8Wfn0jIoSUlfn5K8w_MKQke5MRMXo18r_gZkKUQ_POr2juqL7g' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: left;">
<span style="color: #bf9000; font-size: x-small;"><strong>(1) La suerte está echada.</strong></span></div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-44220994955860182592012-06-04T19:51:00.003+02:002012-07-23T10:37:15.558+02:00El Abuelo y el Capricho: el Lago de los Cisnes<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhpuKO5_pV4KnHweL8HPQCyjkNVidEmtl1v15MGh03HooEjK4VkGN9N9njj-a5dqgYi4itH-HWpfqwI8qjwYQOL5bTliMVRe3pJVN8a-h-U_BW6g-yQSGXoipApUgRA5KNurYNkGFdSN9M/s1600/CUENTOS-ABUELO+2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" fba="true" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhpuKO5_pV4KnHweL8HPQCyjkNVidEmtl1v15MGh03HooEjK4VkGN9N9njj-a5dqgYi4itH-HWpfqwI8qjwYQOL5bTliMVRe3pJVN8a-h-U_BW6g-yQSGXoipApUgRA5KNurYNkGFdSN9M/s320/CUENTOS-ABUELO+2.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><em>'Frente al ancho crepúsculo de invierno</em></strong></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><em>mi corazón soñaba.</em></strong></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><em>¿Quién pudiera entender los manantiales,</em></strong></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><em>el secreto del agua</em></strong></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><em>recién nacida, ese cantar oculto</em></strong></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><em>a todas las miradas</em></strong></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><em>del espíritu, dulce melodía</em></strong></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><em>más allá de las almas...?' (1)</em></strong></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">E</span></strong>l Abuelo siempre decía que la verdadera Magia estaba en el estanque, lugar al que generalmente se refería como el <em>Lago de los Cisnes</em>, seguramente motivado por la gran pasión que sentía por la música clásica, y en especial por la obra de un compositor de origen ruso, cuyo nombre siempre me había sonado igual que un trabalenguas chino: Tchaikovsky. Era su lugar preferido del parque, y por añadidura, aquél en el que más tiempo pasábamos. Ponía como pretexto, que la <em>Exedra</em> y los <em>Laberintos</em>, incluido el más grande de todos, eran tretas que había inventado el Diablo para que en los siglos venideros algunos doctores avispados se ganaran la vida haciendo ver a las personas que todo en su vida era una sucesión caótica de situaciones sin salida y deseos insatisfechos, motivados por un intento contra natura, de desentenderse del más terrible de los laberintos: aquél en el que reinaba una bestia cruel, llamada Sociedad, a la que había que rendir, imprescindiblemente para ser <em>feliz</em>, el obligado tributo de la mansedumbre.</span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">S</span></strong>iempre había sido un hombre solitario. En la familia, pensábamos que esa soledad, en la que parecía sentirse como pez en el agua, era uno de los daños colaterales -el tío Alberto lo llamaba dolor de trincheras- heredado, no cabe duda, de una juventud herida en la inmundicia de la intolerancia. Nunca nos lo dijo, pero todos pensábamos que el abuelo salvó su vida, pero dejó su alma en la Guerra Civil.</span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong><span style="font-size: x-large;">A</span></strong>lgún tiempo más tarde, nos enteramos de que había peleado aquí, cuando estos jardines fueron utilizados como Cuartel General por el ejército republicano. Aún existían algunos búnqueres, pero las puertas de acceso a su interior permanecían cerradas a cal y canto. De cualquier forma, el abuelo siempre procuraba alejarse lo más posible de ellos, y no eran pocas las ocasiones en las que nos llevaba al estanque, dando un formidable rodeo, frente al que de poco, o mejor dicho, de nada servían nuestras protestas.</span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;">[continúa]</span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dyWGcRW21rUIPP4JEBrI-F7E17YNmRD4WdL5MkrxwJq_Fywy7e4RRyOPMIELeIAlcVUT7oocVepw1jPbxfoZg' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
<br />
<span style="color: #bf9000; font-size: x-small;"><strong>(1) Federico García Lorca: 'Antología Poética', Ediciones Orbis, S.A., 1997, página 18.</strong></span>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-50202616472779431502012-05-28T19:46:00.002+02:002012-05-28T19:46:17.922+02:00El abuelo y el Capricho. Primera Parte<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRsaVgK5fEkrNqgY5hyhDdj_Ju6LG6Rp6YeXI9e_eMU9gSh0ZngvlgfP0EPQ0broa9IiBGRMKoCJG6VEIBnSIWTApgv4O_CHbm1B8n4HFVJMHBWO2duDyXueupINq4QHNPXg7gOW1Wy6s/s1600/RINC%C3%93N-ABUELO+1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" qba="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRsaVgK5fEkrNqgY5hyhDdj_Ju6LG6Rp6YeXI9e_eMU9gSh0ZngvlgfP0EPQ0broa9IiBGRMKoCJG6VEIBnSIWTApgv4O_CHbm1B8n4HFVJMHBWO2duDyXueupINq4QHNPXg7gOW1Wy6s/s320/RINC%C3%93N-ABUELO+1.jpg" width="320" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong>'Para que tú me oigas</strong></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong></strong></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong>mis palabras</strong></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong>se adelgazan a veces</strong></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000;"><strong>como las huellas de las gaviotas en las playas...' (1)</strong></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000; font-size: x-large;"><strong>E</strong></span>nterramos al abuelo una gélida mañana de invierno, apenas comenzado un nuevo año sobre el que se cernía, como una maldición apocalíptica, el ángel sombrío de la Crisis. El año anterior, otro ángel -algunos piensan, y yo también, que el de Occidente- había hecho sonar las trompetas de alarma, ante el desplome del voraz dragón inmobiliario. Pero la gente, acomodada en ese espejismo denominado bienestar, no se quiso dar cuenta; o no nos quisimos dar cuenta, mejor dicho, pensando que el tema no iba con nosotros; o fue, tal vez que cuando nos arrojaron la verdad a la cara, nos dimos cuenta finalmente y nada pudimos hacer para que el dragón terminara de engullirnos. San Jorge y San Miguel se daban de cabezazos en el cielo, imaginando remiendos que no hacían, sino, enfurecer aún más a la terrible bestia. Es posible que Dios durmiera intranquilo, allá, en ese punto equidistante y por supuesto indeterminado, entre el Alfa y el Omega acosado por la peor de sus pesadillas; una pesadilla que ya le había traído de cabeza siete siglos atrás, cuando los más fieles de sus milites se dejaron tentar por el eterno enemigo, dando con sus huesos en unas hogueras cuyas brasas no parecían querer enfriarse jamás. El Enemigo, por supuesto y síempre según el abuelo, era la Serpiente. Una serpiente, mucho más astuta y peligrosa, que en la actualidad había cambiado su nombre por el de Banca.</div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000; font-size: x-large;"><strong>E</strong></span>l abuelo lo sabía, no en vano, como cada pasada generación de españoles, había vivido una guerra. Había burlado al destino, sí, pero sabía que tan sólo se trataba de una tregua y como todas las treguas, estaba tocando a su fin. Nunca dijo nada. A fin de cuentas, se trataba del pacto inviolable entre un caballero y una dama. Algo me pareció escucharle al respecto, entre susurros entrecortados y un adiós que se perdió con el último estertor. Qué gran verdad es esa de que no hay mayor lucidez en la vida, que cuando nos damos cuenta de que ésta se nos escapa como agua entre los dedos. Con el fin de año, se entregó sin reservas a la Dama Triste -así es como llamaba a la Muerte- aunque se marchó con ella, no con ese aire triunfal que adoptan los poetas, sino sumiso, poco o nada convencido de las promesas de bienestar que ésta le susurraba al oído. El abuelo siempre decía que el bienestar, como los espejismos, era el talón de Aquiles del humilde; su gota, o cuando menos, su mortal subida de ácido úrico. El abuelo, a pesar de todo, no se fue solo. Varios sepelios contribuían, no cabe duda, a aumentar la sensación de tristeza en un día que ya de por sí, había amanecido con un cielo gris, plomizo y tenso, que amenazaba con desplomarse de un momento a otro sobre una tierra a la que aún se aferraba, cual persistente mortaja, la escarcha de la noche. La Dama Triste, pues, continuaba siendo la mujer más rica del mundo y la única accionista mayoritaria de unas empresas cuyos dividendos jamás generarían pérdidas: las funerarias.</div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #bf9000; font-size: x-large;"><strong>C</strong></span>on la última paletada, fui consciente de una cosa muy sencilla, pero que también olvidamos con mucha facilidad: lo mejor de una persona, suele recordarse cuando ya no está. Creo que lo mejor de la vida de mi abuelo, sucedió en un misterioso lugar. Un lugar, de nombre Capricho, situado en un pequeño pulmón natural de Madrid. En realidad, aún tengo mis reservas sobre la veracidad de los cuentos del abuelo. Pero, tal y como le prometí, recojo su testigo, y aquí los expongo...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='320' height='266' src='https://www.blogger.com/video.g?token=AD6v5dxM4cMm9xAsxtU1SwzXiIulUu5iHEKgP2zCZD5vlNrEhjWFiRMJcj-GaM1rJWRP_YWcH5e_Z1hvSTr6HMfZCg' class='b-hbp-video b-uploaded' frameborder='0'></iframe></div>
<br /><span style="color: #bf9000; font-size: x-small;"><strong>(1) Pablo Neruda: 'Poema 5', 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada',Ediciones Orbis, S.A., 1997.</strong></span>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-27883689877023117712009-11-03T09:37:00.001+01:002009-11-03T09:41:49.914+01:00Capítulo 13 y Final<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 13</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>as secuelas de aquella terrible experiencia constituyeron una barrera infranqueable que Maruja fue incapaz de poder olvidar, siquiera con el paso del tiempo. Lejos de observar síntomas de arrepentimiento, el carácter de Ramiro –turbio hasta entonces, como las aguas estancadas de una ciénaga-, pasó a convertirse en una sombra negra que presagiaba endemoniadas consecuencias. La casa, entonces, comenzó a llenarse de ecos, de sombras y de espacios vacíos, tan lúgubres como los panteones de los héroes de la guerra de Cuba, hace tiempo olvidados y cubiertos de maleza y telarañas.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">U</span></strong>na visión retrospectiva de su pasado, indujo a Maruja a preguntarse cuál podía haber sido el punto de inflexión que había tirado al cubo de la basura todas sus esperanzas, todas su ilusiones; incluso el sentido primordial de su propia vida, de la que tanto esperaba desde el mismo instante en el que tuvo plena consciencia de su humanidad.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong> falta de comunicación, se encerraba en su espiritualidad, confiando en que algún día Dios abriera una ventana por la que entrara un rayo de sol que volviera a iluminar su miserable existencia. Pero acaso por falta de fe, por debilidad, por miedo o porque Dios estuviera demasiado ocupado llevando la esperanza a otros corazones mucho más heridos que el suyo, llegó un momento en el que Maruja fue incapaz de soportar más ultrajes y en su mente torturada fue aposentándose, poco a poco pero con férrea determinación, el demonio silencioso y terrible de la venganza.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">V</span></strong>olvió a recordar las aseveraciones de Schopenhauer –cuyo libro perdió definitivamente después de vender el piso de sus padres-, y pensó que quizás Ramiro no se diera cuenta de lo que había perdido en realidad, hasta que no fuera demasiado tarde. Pero Ramiro tenía el alma igual de negra que los inquisidores que habían torturado y asesinado impunemente en el nombre de Dios y no había día que no la torturara, físicamente o de palabra.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>a mayoría de las ocasiones, la constaba que lo hacía con plena conciencia, perfectamente sobrio y cerebral, con suficiente capacidad de decisión para distinguir lo correcto de lo inmoral.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">F</span></strong>ue algo que brotó espontáneamente en su cerebro, como opinan algunos biólogos que ocurrió con la vida en la Tierra -a falta de una explicación mejor-, germinando con lentitud pero con una precisión insospechada, que nunca había creído posible en su apacible naturaleza.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">S</span></strong>eguro de sí mismo y del absoluto poder que ejercía sobre ella valiéndose de su fuerza, Ramiro fue incapaz de darse cuenta del veneno que –hubo un momento en el que Maruja se imaginó a sí misma como La Voisin, la terrible y famosa envenenadora francesa-, administrado en pequeñas dosis, recaía en su estómago todos los días cuando se llevaba la cuchara a la boca. Para una persona más observadora y menos egocéntrica, el odio y la repulsión no hubieran pasado desapercibidos en el fondo atormentado de los ojos de Maruja. Tampoco las miradas de soslayo, valedoras en toda su extensión de la enorme frustración que sentía, así como el terrible sambenito de la humillación que la acompañaría para el resto de sus días, como una cruz acentuando la pasión de su calvario particular.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>l estado de salud de Ramiro fue empeorando gradualmente, como ella esperaba que sucediese. Y también, como esperaba, el orgullo varonil se convertía en su mejor aliado negándose –como ella sabía que se negaría-, a acudir a la consulta del médico, el cuál podía haber desbaratado oportunamente sus planes. La bilis amarillo-verdosas que expulsaba frecuentemente por la boca, constituían una garantía más que suficiente para saber que su hígado no aguantaría mucho –quizás un día más, dos a la sumo-, pero aún así, Maruja no pudo evitar un estremecimiento de sentida piedad. Porque a medida que el estado físico de Ramiro se deterioraba –había perdido peso hasta parecer un cadáver viviente-, en el fondo vidrioso de sus ojos comenzaba a percibir fugaces visiones del hombre dulce y emprendedor que la había enamorado, llevándola al altar; visiones entrañables del hombre que la había hecho mujer, desflorándola con torpe ternura, pendiente al principio de todos y cada uno de sus caprichos; del hombre trabajador que soñaba con hacerla señora en el polo opuesto de aquél Madrid obrero y marginal en el que vivían...<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">P</span></strong>ero no. Esas visiones, fugaces como sus recuerdos, eran ahora su peor enemigo. Ella todavía adoraba a aquél Ramiro y hacia él sus sentimientos permanecían impolutos como el primer día. Aquél Ramiro que viviría siempre como el único rey del palacio de su corazón. Su cruzada no era contra él, sino contra el vampiro invisible que se había apoderado de su alma, convirtiéndole en una bestia. Era contra esa alimaña contra la que luchaba denodadamente y a la que finalmente derrotó cuando exhaló el último suspiro.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">R</span></strong>ígido sobre la cama de matrimonio, el cuerpo de Ramiro parecía descansar, arropado por dulces sueños. Aún con los ojos abiertos, su rostro no denotaba dolor alguno. Ligeramente ladeado hacia la izquierda, su cara parecía mirarla con aquélla ternura de antaño, precursora del abrazo que siempre la tranquilizaba y la hacía ruborizarse como una niña chica.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>ntonces Maruja sintió por fin que sus almas volvían a estar unidas, habiendo encontrado la paz. Y en un acto de ternura reflejo, le vistió con su mejor traje –ese de color azul celeste que tanto le gustaba y que le sentaba como un guante-, besó por última vez los fríos labios y a continuación cruzó las yertas manos sobre el pecho. Después, colgándose el bolso al hombro, salió de la casa cerrando despacio la puerta, temiendo despertarle de su siesta eterna. La mañana, agradable por más señas, la trajo recuerdos de muchos domingos de su niñez en los que su padre solía llevarla al Parque del Retiro y comprarla unos barquillos junto al estanque, los cuales solía compartir con las bandadas de adorables cisnes que se acercaban siempre glotones, mendigando unas migajas que ellos mismos devoraban de la palma de su mano.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">F</span></strong>rente a la puerta de la consulta, Maruja no pudo reprimir el impulso de sacar del bolso un espejo y arreglarse un rebelde mechón de pelo, que previamente la brisa había alborotado. A pesar de las ojeras y el rastro de las lágrimas que había vertido, sabía, en lo más profundo de su corazón, que los trámites legales que se avecinaban serían menos dolorosos que los recuerdos que habrían de vivir con ella el resto de sus días.<br />Suspirando profundamente, llamó a la puerta. Un minuto después de entrar y haberse presentado, el especialista le preguntó:</div><div align="justify"><br />-Bien, Maruja: cuéntame qué os pasó.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-10000807762877605012009-11-02T09:39:00.002+01:002009-11-02T09:42:52.310+01:00Capítulo 12<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 12</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">S</span></strong>e la comían los nervios, mientras devoraba impaciente la punta de las uñas, esperando siquiera una llamada de Ramiro. Las doce y cuarto de la noche. La cena hacía rato que descansaba, fría, sobre el plato y Maruja, preocupada, hizo intención de descolgar el aparato de teléfono y llamar a los servicios de urgencia de los hospitales de Madrid, temiéndose lo peor. Había visto al dueño del bar de la esquina echar el cierre y despedirse del último cliente, que se marchó en taxi, seguramente herido de muerte, como había escuchado decir a los hombres cuando deseaban dar a entender que se les había ido la mano a la hora de alternar.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">C</span></strong>on la lamparilla del comedor encendida, intentó concentrarse en la lectura de un libro de Bécquer que, por alguna razón desconocida, Ramiro no había considerado digno de ir a parar al cubo de la basura.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>ún recordaba de memoria algunas de las poesías y si tuviera la oportunidad de hablar al respecto, estaba completamente segura de que podría contar –con toda clase de pelos y señales-, la mayoría de las leyendas. Era la parte que más la gustaba de la asignatura de Literatura y todavía mantenía en su mente una visión fresca del entrañable señor Montes, su profesor.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>l contrario que su padre, Montes había combatido en la Guerra Civil en el bando republicano, siendo herido en la cruenta batalla del Ebro, que tantas víctimas se contara por ambos bandos. De ahí que su oído derecho perdiera toda percepción auditiva, destrozado el tímpano irremisiblemente a consecuencia de la caída de un obús que estalló tan cerca de la trinchera donde se parapetaba, que podía considerarse un auténtico milagro que no hubiera acabado con su vida y desparramado los pedazos de su cuerpo varios metros a la redonda.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>e cualquier forma, el señor Montes era un hombre verdaderamente asombroso. De mediana estatura y aspecto de ratón asustado, sus ojos, sin embargo, se convertían en auténticas brasas candentes cuando recitaba con natural pasión los versos más sobresalientes de Gustavo Adolfo. Un efecto similar, cuando no mayor, conseguía en el momento en el que comenzaba a narrar las leyendas logrando, con su grandilocuencia de gestos y expresiones, que toda la clase lo escuchara con inusitado interés.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">R</span></strong>esultaba curiosa, por otra parte, la frescura con que recordaba la frase que afloraba a sus labios cada vez que alguien realizaba algún comentario y que pronunciaba segundos después de llevarse un dedo hacia el aparato auditivo que sobresalía del lóbulo de su oreja derecha:<br /></div><div align="justify">-Señoritas, porque aunque ustedes no se lo crean, con éste aparato soy capaz de oír hasta la hierba que brota del suelo.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">N</span></strong>aturalmente, todas reían frente a la exageración de tal comentario. Incluso había alguna, más atrevida y menos educada que las demás, que lo insultaba sin conmiseración, a sabiendas de que su desvergüenza quedaría para siempre impune.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">M</span></strong>aruja nunca había comprendido tal tipo de actitudes. Posiblemente porque en su naturaleza nunca había existido sitio para el rencor. Tal vez motivada por tales pensamientos, respiró aliviada cuando escuchó la llave entrar torpemente en la cerradura de la puerta. Pero todas sus sanas intenciones se vinieron abajo al ver el aspecto tan desastroso de Ramiro, que entró en el comedor tambaleándose y apestando a vino, luciendo reveladoras manchas de carmín sobre el blanco sudado del cuello de su camisa. Aquello era demasiado para lo que un alma noble podía llegar a soportar y se lo recriminó, con las manos cruzadas sobre el pecho, a semejanza de una madre exigiendo una explicación a su hijo por una travesura cometida. Ese fue su segundo gran error.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>a reacción de Ramiro, violenta, como no cabía esperar otra cosa, no se hizo esperar. La primera sensación que tuvo Maruja, fue la de sentir los dedos de Ramiro cerrándose como garfios sobre su cabello, mientras la arrastraba salvajemente por el suelo del pasillo en dirección al dormitorio.<br />Apenas una fracción de segundo más tarde, se vio catapultada sobre la cama, como si de un inerme saco de patatas se tratara. Lo siguiente que mal hería su memoria, fue el rostro desencajado de Ramiro, cuya boca apestaba como el aliento corrupto de una una fiera que acabara de devorar a su víctima.<br /></div><div align="justify">-¡Vamos, puta!. ¡Te voy a echar el polvo de tu vida!, -dijo a continuación, hipando como un cerdo, mientras sus manos desgarraban la bata y el peso de su cuerpo caía sobre ella, aplastándola sin ningún género de consideración.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">H</span></strong>ubo un pequeño forcejeo en el que ella, por naturaleza más débil, terminó perdiendo, quedando exhausta y sin oportunidad alguna de defensa. La lámpara de la mesita cayó al suelo, produciendo un ruido estrepitoso cuando la bombilla estalló en mil pedazos, que se extendieron por el suelo de la habitación en todas direcciones. A continuación, un pequeño fogonazo, la cómplice oscuridad y los jadeos libidinosos de Ramiro. El calor en su bajo vientre, unido a la pestilencia de su aliento, hizo que Maruja sintiera náuseas y estuviese a punto de vomitar hasta las heces. El tiempo, entonces, se le hizo eterno, igual de angustioso que la visión de las gotas de suero penetrando con desesperante lentitud en las venas del brazo de su madre poco antes de fallecer en la aséptica cama del hospital, sin otra compañía que las visiones que pudiera tener en el coma, las cuales se había llevado con ella a la tumba.Por otra parte, sus genitales ardían, mancillados por los esfuerzos desesperados de Ramiro que, sin duda influenciado por el alcohol, apenas conseguía mantenerse en erección para consumar un acoplamiento no compartido. Cuando se apartó a un lado, quedándose dormido y roncando como un auténtico verraco, Maruja dobló las piernas lentamente, adoptando una posición fetal –como solía hacer muy a menudo cuando era niña-, llorando a continuación con infinita amargura. Por un resquicio de las cortinas de la ventana, penetraba casualmente un diminuto rayo de luz. Y por primera vez en mucho tiempo, Maruja sintió vergüenza de ser mujer. Y también, después del ultraje, comprendió que posiblemente Dios había sido misericordioso al no haberles concedido hijos que acrecentaran el sufrimiento.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-22029622509448784582009-11-01T11:29:00.001+01:002009-11-01T11:31:32.400+01:00Capítulo 11<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 11</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>a primera de las palizas fue motivada por una llamada de teléfono que hizo aflorar en el corazón de Ramiro unos celos por completo injustificados. A consecuencia de ello, Maruja comenzó a pensar que el destino –ese caprichoso fatum de las comedias griegas-, era, sin duda, un duendecillo burlón, que poco o nada entendía del sufrimiento humano y si lo hacía, apenas le importaba. De poco sirvieron los intentos por hacerle comprender a Ramiro que el hombre que había marcado su número de teléfono y había preguntado por Maruja, se refería a otra persona que no tenía absolutamente nada que ver con ella, a excepción de tener su mismo nombre, común, suponía, a muchas mujeres españolas.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">N</span></strong>o obstante educada en la sumisión, siempre buscaba excusas para disculpar una actitud violenta que apenas dejaba entrever una pequeña puerta abierta a esa utopía que, a falta de un nombre mejor, se denomina esperanza y que aflora a los labios de las personas cuando sufren o anhelan algo con todas sus fuerzas.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Q</span></strong>ue Ramiro bebiera era una cuestión que siempre había intentado comprender desde la perspectiva humana de la más absoluta de las paciencias, aunque nunca, hasta entonces, le había visto borracho. Ella sabía, por su padre que en paz descanse, que el alcohol, tomado sin mesura y proporción, cambia el carácter de las personas, aunque algunas lo admitan mejor que otras y sus borracheras sean puramente anecdóticas.<br />Pero la regularidad con la que Ramiro consumía alcohol, comenzó a resultar peligrosamente alarmante.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>l principio, ella aceptaba más o menos bien sus explicaciones, encaminadas a hacerle comprender que la naturaleza de su trabajo le obligaba a tener que alternar con los clientes para cerrar negocios cuyo porcentaje de comisión, unido al sueldo, les vendría muy bien en el futuro, del que no tardarían en volver a recuperar su antigua posición. Maruja quería creerle. Necesitaba creerle, porque al fin y al cabo Ramiro era lo único que le quedaba en el mundo, una vez fallecidos sus padres y hacía de tripas corazón, procurando disimular el disgusto que sentía cada vez que acudía a casa embriagado.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">H</span></strong>ubo una época, después de la última borrachera, en la que el carácter de Ramiro, huraño y agresivo hasta entonces, pareció dar un giro de ciento ochenta grados y volver a ser, durante algún tiempo, aquél Ramiro que la había conquistado, haciéndola sentirse una mujer completamente enamorada. Hasta se podía dialogar con él. Tanta fue su sorpresa, que su propia inocencia la indujo a correr un tupido velo sobre su más reciente pasado y perdonarle los numerosos sinsabores que la había hecho sufrir. Entonces, cuando menos se lo esperaba, llegaron las violaciones, amparadas en derechos maritales, que incluso la más salvaje de las fieras respetaba, aunque se encontraran en el más asqueroso rincón de la jungla.La primera fue la peor de todas, precisamente aquélla que más profundamente había dejado huella en su alma y que jamás podría olvidar y mucho menos perdonar, por muy buen corazón que tuviera.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-46997795938034986522009-10-31T10:02:00.001+01:002009-10-31T10:04:31.225+01:00Capítulo 10<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 10</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>oña Remedios falleció un mes después. La llamada de la dirección del centro psiquiátrico notificándoles tan fatal desenlace, apenas les cogió por sorpresa. De hecho, Maruja tuvo una premonición la tarde anterior que, unida a la gravedad del estado de salud de Doña Remedios hacía vana cualquier esperanza de recuperación.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>a mañana, fresca a pesar de estar bien entrada la primavera, se le antojó de una tristeza inusual, sólo comparable al más aciago de todos sus recuerdos.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong> pesar de que nunca había sentido aversión hacia los cementerios, una mirada hacia el lugar donde habrían de reposar los restos mortales de su madre para toda la eternidad, la provocó un escalofrío, seguido de un agudo dolor en el pecho. Naturalmente Ramiro estuvo todo el tiempo a su lado, acompañándola. Lógico era pensar que había que guardar las apariencias, aunque su matrimonio fuera un barco a la deriva, sin posibilidad, al menos por el momento, de regresar a buen puerto.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>evueltas las cenizas a las cenizas y el polvo al polvo, Maruja se sintió completamente sola; desamparada en un mundo que, por primera vez en su vida, le pareció extraño y completamente hostil.Desde luego, Ramiro no tardó demasiado tiempo en encontrar trabajo, de representante también, aunque su mal querencia hacia ella era mayor cada día, sin importar las continuas manifestaciones de afecto hacia él.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-27196534597193089772009-10-30T10:30:00.002+01:002009-10-30T10:34:08.352+01:00Capítulo 9<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 9</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>a primera bofetada restalló en su cara como el látigo inclemente que humilla a las fieras antes y durante una representación circense. Era imposible no recordarla, siquiera porque fue tan imprevista y brutal, que la dejó tumbada en el suelo sin posibilidad de abrir la boca aunque sólo fuera para quejarse o simplemente preguntar por qué. Ocurrió la víspera de semana santa. Precisamente el día en el que los madrileños –de común acuerdo, como en todo buen éxodo vacacional que se precie-, hicieron las maletas, huyendo desesperados hacia las playas, sin importarles que hiciera o no buen tiempo y pudieran bañarse en sus placenteras aguas. Ramiro se quedó sin trabajo precisamente aquél día y tal vez por ese motivo a Maruja se le ocurrió pensar que existían circunstancias atenuantes para disculpar tan reprochable acción.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>e cualquier forma, era algo que se veía venir, sin necesidad de consultar el horóscopo que todas las semanas aparecía en las revistas del corazón y que venía a decir siempre lo mismo, semana tras semana.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>a empresa en la que prestaba sus servicios como representante –pensó que conseguiría más emolumentos y gratificaciones que siendo un simple conductor en una empresa de servicio público-, decidió, de la noche a la mañana, aplicar el método de márketing americano -impersonal y calculador como pocos, en lo que a los recursos humanos se refiere-, y la primera consecuencia de dicha aplicación no fue otra que la de reestructurar la plantilla y recortar gastos.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong> Ramiro, desafortunado siempre en las cuestiones de azar, le tocó la bola negra en el sorteo, así como una indemnización muy por debajo de lo que estipulaba la Ley. Era el tiempo de las lentejas y ni siquiera los sindicatos –en tal sentido Ramiro había sido siempre apolítico, absteniéndose incluso de votar en las primeras elecciones generales-, consiguieron que el juez revocara una sentencia a todas vistas injusta e impopular. De cualquier forma su tranquilidad, poco menos que perfecta, sufrió un irremisible cambio a partir de entonces.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">C</span></strong>on la situación de desempleo de Ramiro, llegaron los primeros recortes en el presupuesto familiar y Maruja tuvo que olvidarse de algunos pequeños privilegios, comunes a muchas mujeres.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>l principio fueron las revistas:</div><div align="justify"><br />-Ni un solo duro para cotilleos, -decía Ramiro, inflexible.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>uego, la peluquería, a la que acudía cada quince días y donde se hacía siempre la permanente:</div><div align="justify"><br />-Lávate con agua del Canal, que verás qué bien se te queda el pelo.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>entro de lo malo, Maruja comprendía la necesidad de abrocharse el cinturón. Y lo comprendía hasta tal punto, que una noche, después de cenar, le comentó la posibilidad de buscarse un empleo, siquiera por horas, mientras se normalizaba la situación. Comprendió su error demasiado tarde.</div><div align="justify"><br />-¡Vete a la mierda!, -le contestó un hombre por completo desconocido, que en nada se parecía al Ramiro que la llevó al altar, diciendo, aparentemente convencido, sí quiero.Fue a raíz de aquélla sugerencia, cuando afloró el verdadero monstruo que había permanecido aletargado en lo más profundo de su alma. Monstruo, por otra parte, que nada tenía que ver con la maldad de los villanos del Séptimo Arte, que se las hacían pasar canutas a las heroínas de turno pero que, al final –gracias a la decisión del director o al buen corazón del guionista-, terminaban recibiendo su merecido.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-84031193024092391652009-10-29T09:08:00.001+01:002009-10-29T09:11:12.429+01:00Capítulo 8<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 8</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>l primer año de matrimonio fue, sin duda, el mejor y de más grato recuerdo, a pesar de que hacían el amor de pascuas a ramos y nunca con la pasión con que lo hicieron la noche de bodas, cuando ambos terminaron de presentarse definitivamente el uno al otro, dejando todas sus vergüenzas en completa transparencia. Teniendo el piso bien amueblado y un utilitario de cinco puertas aparcado en la acera de su casa, constituían un matrimonio cuyo estrato social en aquellos dulces comienzos era superior al de muchos de sus vecinos y a pesar de vivir en un barrio obrero del sur de Madrid –aún era pronto para emigrar hacia el norte, como deseaba Ramiro en lo más profundo de su corazón-, todo el mundo les envidiaba, a juzgar por los comentarios que Maruja escuchaba en conversaciones de escalera, cuya trascendencia estaba muy lejos de afectarla.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong> pesar de todo, la felicidad nunca es completa, aunque a veces se aferre uno a pensar lo contrario, creyendo ilusoriamente que la vida es perfecta. Recién llegados de Gijón –por motivos profesionales habían tenido que retrasar el viaje de luna de miel algunas semanas-, apenas tuvieron tiempo de deshacer las maletas, cuando una llamada telefónica les avisó de que don Antón había claudicado, pasando el hombre a mejor vida. Ocurrió por sorpresa y sin sufrimiento, tal y como declaró el médico que certificó la defunción. La muerte, disfrazada de infarto de miocardio, había segado su vida con tanta rapidez, que ni siquiera el sacerdote consiguió llegar a tiempo para administrarle la extrema-unción cuando aún respiraba.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">P</span></strong>or aquéllas fechas, la ternura de Ramiro se hizo patente una vez más, y Maruja se sintió consolada, mimada y protegida por el hombre al que tanto amaba. Doña Remedios, sin embargo, se llevó la peor parte. Precisamente aquella a la que la evolución no ha dotado al ser humano de una defensa sólida y homologada a las circunstancias: la soledad.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>l principio, los síntomas no eran lo suficientemente claros como para pensar siquiera en la posibilidad de tomar medidas más drásticas e inevitablemente necesarias. Era lógico que después de toda una vida de casados, el cónyuge superviviente se aferrara al recuerdo del finado como un náufrago a la tabla de salvación y hablara de él como si hubiera tenido que desplazarse fuera de Madrid por motivos estrictamente laborales. La comprensión de Maruja en tal sentido se había mantenido firme, con dogmática determinación, no exenta, en absoluto, de dulzura. Incluso Ramiro, serio por regla general, se deshacía en afectos, intentando –eso tenía que reconocérselo siempre en honor a la justicia-, que su suegra se sintiera lo más animada posible, aunque dando por sentado que no se iría a casa a vivir con ellos. En su fuero interno, semejante decisión no fue en absoluto del agrado de Maruja y a raíz de ello vinieron las primeras discusiones, disfrazadas de consanguineidad familiar. Pero como el piso de doña Remedios estaba apenas a un par de manzanas, pensó que no la supondría tanto esfuerzo llevar las riendas de las dos casas y tener a su marido y a su madre debidamente atendidos, como consideraba que era su obligación.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>l principio todo fue maravillosamente bien. Ella se ocupaba de Ramiro y de doña Remedios con férrea determinación e incluso la sobraban fuerzas –y no sólo de voluntad, que también es importante-, para cumplir con sus obligaciones maritales, aunque por más que lo habían intentado, los niños se habían resistido siempre a todos sus esfuerzos. Por supuesto, había intentado comentarlo con Ramiro, pero todos sus intentos resultaron por completo infructuosos y las contestaciones de éste cada vez más desconcertantes y soeces:<br /></div><div align="justify">-¡Déjame en paz!. ¡Me sobran cojones para hacer hijos!.</div><div align="justify"> </div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">M</span></strong>aruja se derramó entonces como el agua de un cántaro hecho añicos. Sobre todo cuando sus relaciones íntimas comenzaron a enfriarse, hasta el punto de llegar prácticamente a desaparecer, a pesar de que ella continuaba conservando todo su atractivo y renovaba su vestuario de ropa interior, en un intento futil por excitarle y hacer su relación mucho más placentera. Resultaba, entonces, una absoluta paradoja pensar que mientras el planeta se calentaba peligrosamente por causa del denominado efecto invernadero -también es cierto que ni siquiera los científicos terminaban de ponerse de acuerdo sobre las medidas a tomar para solucionar tan importante problema-, sus sentimientos se enfriaban cada día más hasta llegar a alcanzar los cero grados del frío absoluto.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-73118729179112799342009-10-28T10:18:00.001+01:002009-10-28T10:21:10.786+01:00Capítulo 7<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 7</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>l día de su boda nevó copiosamente y Maruja apenas terminaba de decidirse sobre qué estaba más blanco, su vestido de novia o el suelo cubierto de nieve, que daba a las calles el aspecto entrañable de una típica postal de navidad. La basílica de Nuestra Señora de Atocha la pareció, sencillamente, sublime: con sus ojivas, sus arcos, sus inconmensurables bóvedas, así como también por los cuadros y las figuras cuyas alegorías constituían todo un poema a los aspectos más místicos y espirituales del ser humano. Al menos, así se lo pareció cuando caminaba erguida hacia el altar cogida del brazo de su padre, mientras la gente –agolpada en los bancos, a ambos lados del pasillo-, la observaba y cuchicheaba en voz baja.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">R</span></strong>amiro esperaba impaciente en el altar, serio y circunspecto, como se supone que debe de estar un novio en un día tan señalado. Impecablemente vestido y con la cabeza alta, daba la impresión de un grande de España que estuviera a punto de dar el paso trascendental de su vida, después de hacer sido introducido en sociedad. Maruja se estremeció. Y a través de los poros electrizados de su piel, sintió que por su cuerpo fluía un torbellino de emociones que se resumía en un único e indivisible sentimiento: amor.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>l discurso del sacerdote, posiblemente más extenso de lo habitual, se le antojó semejante, en número, calidad y gratuidad, a los consejos de Perico Chicote.<br />Hombre de cierta edad, las arrugas de su frente semejaban surcos recién labrados por debajo de la nieve que coronaba la montaña de su escaso cabello. Tal vez Ramiro miraba hacia abajo por el efecto sedante de su voz, monótona y triste, sin apenas timbre, que empañaba lo que ella consideraba un éxtasis de alegría semejante, comparativamente hablando, al que experimentó el día de su primera comunión, luciendo también el vestidito blanco y los zapatitos de charol, brillantes como una estrella.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">C</span></strong>uando llegó a la parte trascendental del ritual, aquella en la que el sacerdote autoriza besar a la novia, Maruja recordó el beso más largo y apasionado de la historia del cine: aquél que se dieron Cary Grant e Ingrid Bergman en la película Encadenados, del genial director norteamericano Alfred Hitchcock. Por desgracia, Ramiro no era muy aficionado al cine, a juzgar por la inesperada fugacidad con que la ofreció los labios. Pero aquél detalle apenas tenía importancia, una vez encajado el anillo en su dedo anular.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">S</span></strong>iendo marido y mujer, lo que Dios había unido no tenía por qué separarlo el hombre.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-12260492521540431452009-10-26T15:03:00.001+01:002009-10-26T15:06:41.684+01:00Capítulo 6<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 6</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>l día que Ramiro se licenció, cumplidos los catorce meses reglamentarios de servicio, el sol brillaba con tanto esplendor en el cielo, que Maruja pensó que una aparición mariana la anunciaba la inminencia de su boda. Fue como una especie de presagio, en el que intervino, para no variar, la férrea determinación de don Antón cuando, con la excusa de celebrarlo como Dios manda, los invitó a tapear en Chicote.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">P</span></strong>erico Chicote era, en opinión de Maruja, un hombre que no destacaba tanto en su faceta de barman, como en su evangelizadora labor franquista, defensor a ultranza de los valores tradicionales del Movimiento y los buenos consejos que, por supuesto, siempre resultaban gratuitos.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>ntiguos camaradas, don Antón y él constituían sendas reliquias de un régimen obsoleto que se estaba deshaciendo bajo los efectos del terremoto social demócrata que estaba penetrando en España a través de la apertura de fronteras, una vez fallecido el Caudillo, por quien se guardó luto en casa, como correspondía a tan ilustre personalidad. Así lo demostraba el crespón negro colocado sobre el cuadro colgado en el sitio de honor del comedor.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>ejando a un lado todo tipo de ambigüedades políticas para las que ella no había sido educada ni preparada, Maruja no dejaba de reconocer que Perico Chicote era un hombre que poseía una interesante imaginación y no la sorprendería tampoco que fuera capaz de maravillar a un genio. Tuvo una sólida constancia de ello cuando observó la facilidad intrínseca con la que mezclaba los licores, hasta alcanzar el cóctel definitivo, al que bautizaba con el primer nombre que se le ocurría y después olvidaba inmediatamente. Solía hacer éste tipo de demostraciones con la gente famosa que frecuentaba su bar-museo –la colección de botellas que exhibía en las estanterías era conocida en el mundo entero por su originalidad-, y rara era la ocasión en la que no había un personaje relevante codeándose con la gente más vulgar, en una curiosa mezcolanza de escalafones sociales no apta para susceptibilidades a flor de piel.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">T</span></strong>al vez influenciado por la gratuidad de los consejos de Chicote, don Antón tuvo la brillante inspiración de alentar a Ramiro con sugerencias de matrimonio encaminadas a hacerle comprender que la gloria del hombre se encontraba, no en los cielos, como se suele pensar, a la derecha de Dios y junto a Jesucristo, sino en la sólida cimentación de los pilares del sagrado sacramento del matrimonio, como así se reflejaba en la Ley Fundamental de Principios del Movimiento, dictada por Franco a sus ministros.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">P</span></strong>ara entonces, Maruja había enrojecido, íntimamente avergonzada. Pero aún así, se sintió incapaz de reprimir una mirada de soslayo, precisamente de ese tipo de miradas que suelen valer más que mil palabras y son tan precisas como una medalla de oro en la categoría de tiro olímpico.Bien es cierto, también, que Maruja pensó en la posibilidad de que Ramiro creyera que se le estaba tirando el lazo y frente a aquélla pésima circunstancia, experimentó una sensación de congoja que ocultó con nubes negras ese sol bienaventurado que tan buenos presagios la había transmitido desde por la mañana temprano y frente al cuál su corazón se había expandido como el espíritu santo sobre la cabeza de los desesperados israelitas que huían de la ira del faraón, si había de hacer caso a las referencias bíblicas.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-16861488844649652752009-10-22T08:01:00.002+02:002009-10-22T08:08:37.551+02:00Capítulo: 5<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 5</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Q</span></strong>ue Ramiro estuviera predestinado para oficinas era una cuestión que Maruja tenía tan asumida, que cuando la noticia se hizo oficial en su casa, el más sorprendido de todos fue su padre, que pensaba que era un chico más de la calle, destinado a convertirse en un auténtico golfo sin oficio ni beneficio. Resultó lógico, pues, que la mejor botella de vino –aquélla de cuerpo de Cristo oloroso y suave al paladar, haciendo honor a su excelente denominación de origen Rioja-, se descorchara a su salud y ambos terminaran cantando el Asturias patria querida, varonilmente confraternizados. Su madre y ella también lo probaron, pero sólo un culito, pues es de todos conocido que el vino se sube a la cabeza y se termina haciendo y diciendo tonterías que posteriormente se suelen lamentar.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>oña Remedios, su madre, era muy consciente de ello y estaba encariñada de Ramiro tanto o más que su padre, aunque se empeñara constantemente en sacar posibles defectos, que a ella en nada se le antojaban objetivos.</div><div align="justify"><br />-Mira, muchacho, -dijo don Antón, apurando el vaso de vino, que ya comenzaba a dejar un alegre color carmesí en sus labios, generalmente amoratados. Esta vida está hecha para trabajar. Y para trabajar, hay que ser primero hombre.<br />-Por supuesto, don Antón, -contestó Ramiro, que no le iba a la zaga en cuestiones de chateo, aunque por prudencia solía reservarse siempre sus comentarios para mejor ocasión, otorgando la razón aunque no estuviera de acuerdo con ella.<br />-Ni democracia ni puñetas, carajo. Que el pan no viene bajo el brazo de los bonitos ideales, sino nadando en ríos de sudor, que para eso hasta Dios tuvo que trabajar lo suyo cuando creó el mundo...<br />-¡Jesús, qué hombre éste!, -se santiguó doña Remedios, mientras ella le pedía en silencio a Dios que el vino no le soltara demasiado la lengua y Ramiro se marchara espantado, pensando que su padre era un perfecto patán.<br />-La cuestión está en tener cojones suficientes para situarse...<br />-¡Por Dios, Antón!, -se santiguó otra vez doña Remedios, devota y piadosa como habían sido marcadas las pautas de su católica educación.<br />-¡Calla, mujer!, -gritó don Antón, golpeando la mesa con el puño cerrado. Y corta más jamón, que para ganarlo me sobran huev...<br />-¡Antón, por favor!.<br />-Ya comprenderás que con las mujeres es imposible mantener una conversación decente. ¿Por qué te crees que antiguamente no se las permitía votar?.<br />-Pues no estoy muy seguro, -dijo Ramiro, lavándose las manos como Poncio Pilatos, aunque ella por aquél entonces continuara pensando en la disculpa de que “prudencia obliga”.<br />-Porque sólo piensan con el corazón, muchacho, -continuó don Antón, haciendo un feo ademán de desprecio con las manos, gesto a que tan acostumbradas las tenía a su madre y a ella. No son cerebrales para nada, porque el pensar no forma parte de su naturaleza...<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">S</span></strong>u madre y ella se miraron, sin atreverse siquiera a despegar los labios. Se conocían lo suficiente como para saber lo que doña Remedios la diría, confidencialmente, por supuesto, si estuvieran solas las dos:</div><div align="justify"><br />-Ya conoces a tu padre. Es su temperamento el que le hace decir cosas que en el fondo no siente. Es un hombre honrado y bueno, aunque terriblemente conservador. Vamos, que es como Dios manda.</div><div align="justify"><br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>lla recuerda y titubea, dudando. Y se ve a sí misma mirando hacia otro lado para impedir que la aguda perspicacia de doña Remedios pueda leer con total impunidad en el libro abierto que son sus ojos. Ve que las mejillas de Ramiro están visiblemente sonrojadas, aunque no tanto, es evidente, como las de su padre, que parecen una supernova a punto de estallar y expandir sus pedazos incandescentes a todo lo largo y ancho del infinito universo.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>a tarde está declinando. Basta un simple vistazo por la ventana para darse cuenta de ello y otro, no menos simple aunque sí dolorosamente más cruel, para pensar que alguien le ha robado un tiempo, privado e insustituible, que sólo les pertenece a Ramiro y a ella, porque para eso son novios y la ilusión de encontrarse en privado es sólo suya.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">S</span></strong>u padre continúa hablando. Por fortuna, en éste nuevo pretérito de su memoria las mujeres han pasado de momento a un segundo plano y Ramiro recibe lo que don Antón –“sabio no por demonio, sino por viejo”, como bien dice el refranero popular, que es ancho como Castilla- considera una lección magistral de política española:</div><div align="justify"><br />-...y ahí los tienes hoy en día. En cuanto el Caudillo, cuya memoria guarde Dios muchos años, ha dejado libres las riendas de éste noble caballo que es España, salen de sus agujeros como los escarabajos de la tierra después de la tormenta. Antes eran republicanos de postín; ahora, demócratas liberales. ¡Sólo Dios sabe qué serán mañana, cuando éste país termine de irse a hacer puñetas!.</div><div align="justify"><br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong> través del ojo imaginario de la mente, Maruja recuerda que mira a su padre de reojo, con respeto contenido, no exento de educado temor. Sus sentimientos se acumulan, mezclados y en completo desorden, como las bolas de la suerte en el bombo impredecible de la Lotería Nacional, que tanto ilusiona y decepciona a los españoles. Trata de justificarlo y en su descargo piensa que vivió una guerra fratricida en la que los hermanos luchaban contra los hermanos y los padres contra los hijos. No está completamente segura, pero por las pocas referencias oídas a su madre, sabe que el Alzamiento de julio de 1936 le sorprendió en Africa siendo apenas un muchacho que, obligado como todo hijo de vecino, cambió el arado con el que a duras penas arañaba la tórrida tierra aragonesa de Los Monegros, por el fusil y la arena ardiente del desierto saharaui, cuyos yacimientos de fosfatos tantos ríos de sangre española habían vertido, y no sólo en el tristemente célebre Barranco del Lobo.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">S</span></strong>ólo vio a Franco en dos ocasiones: cuando les arengó con sobrehumana determinación, horas antes de cruzar el Estrecho para comenzar la reconquista de la Península y en el Desfile de la Victoria, una vez “cautivo y desarmado el ejército rojo...”.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">P</span></strong>iensa que tal vez fueran aquéllas dos, ocasiones más que suficientes como para suponer que en su mentalidad legionaria se formara la visión mesiánica del héroe nacional y conservador por antonomasia. Esas, o quizá aquélla otra, sin duda más desafortunada y de doloroso recuerdo, en la que una bala republicana –“¡y una leche disparada al azar!”-, le pasó a escasos centímetros del corazón, en uno de los duros combates librados en el frente de Guadalajara.</div><div align="justify"><br />-Ya lo decía Serrano Súñer, -recuerda que añade don Antón, ebriamente nostálgico: “Rusia es culpable”. Sí, muchacho. ¡Qué cojones teníamos los de la División Azul!.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">M</span></strong>aruja continúa recordando, y tal y como si lo estuviera viviendo por segunda vez, frente a ella aparecen los restos de la botella de vino, que se desvanecen en el paladar de su padre, mucho antes incluso de que se agoste el turbio río de los recuerdos que vadea su alma con monótona languidez, como afirman los versos de Verlaine que sirvieron de contraseña para el desembarco Aliado en Normandía:<br /></div><div align="justify"> </div><div align="center"><em><span style="color:#cc9933;">“Rusia es cuestión de un día<br />para nuestra infantería,<br />pero acabaremos antes,<br />gracias a los antitanques.<br /><br />Tenemos que recorrer<br />mil kilómetros andando,<br />para luego demostrar<br />lo que llevamos colgando...”.</span></em></div><div align="justify"> </div><div align="justify"><br />-Lo que llevamos colgando..., -continúa hablando don Antón, dejando de cantar, mientras sus ojos, lacrimosos y enrojecidos, miran con nostalgia mal contenida hacia un desierto blanco, los nombres de cuyas ciudades –Novgorod, Leningrado, Vilna, Stalingrado– aún campean alrededor de su alma como lobos hambrientos al acecho de un rebaño de ovejas.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>urante un momento, infinitesimalmente pequeño pero crucial, los ojos de Ramiro se encuentran con los suyos y Maruja, acongojada, descubre una inquieta súplica en ellos: “¡haz algo, por favor!”, parecen querer decirla. Pero cuando lo intenta, doña Remedios le da una patadita en el tobillo, que a punto está de hacerla soltar un grito. Maruja comprende y calla, humillando la cabeza como los toros antes de entrar a matar, mirando avergonzada hacia el suelo, incapaz siquiera de decir ésta boca es mía.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>on Antón continúa hablando. De su boca, pastosa y caliente cuál fumarola de un volcán a punto de entrar en erupción, surge un torbellino incontrolado de anécdotas, que atraviesan los oídos de Ramiro y se posan en su cerebro como el polvo en el suelo después de sacudir una alfombra.<br />Doña Remedios, cruzando las manos sobre su regazo, parece rezar, encomendándose a todos los santos, incluso a aquél que está considerado como el patrón de los imposibles y al que se suele acudir para pedir por las causas sin aparente remedio o de muy difícil solución.</div><div align="justify"><br />-¿Qué sabéis vosotros, los jóvenes de ahora, sobre el honor y el sacrificio?. El general Agustín Muñoz Grandes. Ese sí que fue un héroe de la cabeza a los pies. Ya lo era en 1925, cuando participó en la batalla de Alhucemas. Y en octubre de 1934, cuando siendo segundo oficial de Franco, reprendió como Dios manda a los mineros huelguistas asturianos. Y durante la guerra, como comandante de la IV Brigada Navarra. Y más tarde en Rusia, luchando contra los malditos bolcheviques. Esos mismos que se llevaron todo el oro del Banco de España, dejándonos sin un puto duro.</div><div align="justify"><br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">C</span></strong>alla durante unos segundos para tomar aliento y Maruja reza porque Ramiro aproveche la ocasión, se levante, se disculpe y se marche manteniendo su orgullo a salvo y su educación lo suficientemente intacta como para dejar la puerta abierta y poder volver otro día a visitarla. Pero Ramiro titubea, concediéndole una nueva tregua y don Antón recupera otra vez su química extroversión, de la que el vino tiene toda la culpa, y vuelve otra vez a la carga con fuerzas renovadas:</div><div align="justify"><br />-Sólo conozco a otro hombre que tenía lo que hay que tener para sacar brillo de un triste y opaco pedazo de hulla: don Santiago Bernabéu. Gracias a él, el Real Madrid es lo que es hoy día: el mejor club del mundo...</div><div align="justify"><br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>s llegados a éste punto, cuando Ramiro asiste a la presentación deportiva del espíritu de don Antón: madridista y forofo arrogante –dominguero empedernido, de los de bocadillo debajo del brazo, puro en ristre y bota de vino colgada al hombro-, que vive cada partido futbolístico con idéntica intensidad, cuando no más, a como saborea las corridas de toros, rindiendo culto a la sangre que tiñe de rojo la arena y a los despojos sanguinolentos que cuelgan del pecho de los toreros.</div><div align="justify"><br />-Regueiro, Rial, Di Stéfano, Didí, Puskas..., -dice, contando con los dedos de la mano, donde un vistazo, siquiera superficial para no herir su susceptibilidad, basta para apreciar unos callos más duros que el cemento armado y unas uñas ennegrecidas y bronceadas por la nicotina de los cigarrillos sin boquilla: seis Copas de Europa, dieciséis títulos de Liga, seis Copas de España y una Copa Intercontinental...</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-35442146427456189012009-10-20T09:04:00.002+02:002009-10-20T09:07:04.083+02:00Capítulo 4<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 4</span></strong></div><br /><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#ffcc00;">L</span></strong>a primera vez que paseó del brazo de Ramiro, luciendo éste su impecable uniforme militar, se sintió tan orgullosa, que poco faltó para que estallaran las cenefas de su vestido de tan henchido como tenía el pecho, bastante desarrollado por obra y arte de la naturaleza. No era la primera vez que pensaba en el parecido tan increíble que tenían Ramiro y ese fantástico actor norteamericano protagonista de la película Lo que el viento se llevó, que había tenido la oportunidad de ver en el cine hacía años. ¿Cómo se llamaba?. ¿Gary Cooper?. No, algo así como Clark. ¡Eso es!. ¡Clark Gable!. Se parecían tanto, en su opinión, que si los ponían a los dos, uno junto al otro, sería muy difícil averiguar quién era quién.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#ffcc33;">A</span></strong>unque era invierno, aquélla mañana de domingo lucía un sol tan hermoso y agradable, que invitaba a pasear aunque no se tuvieran ganas. Seguramente por eso, los aledaños del Estanque del Retiro se hallaban tan frecuentados por los madrileños. Había, también, muchos quintos como Ramiro, que se pavoneaban orgullosos, sin duda influenciados por el carisma que representaba lucir con desenvoltura un uniforme militar. Se podían ver de todas las armas y colores: el uniforme azul de los hombres de Aviación; el blanco de la Marina; el beige de los cuerpos de Tierra. Incluso el verde aperlado de los cuerpos africanos de la Legión, con su chaquetilla corta, las botas de media caña y el gorro sobre el que se balanceaba alegremente una borla de color rojo que, cuando perdía toda inercia y se quedaba quieta, le llegaba al hombre hasta la punta de la nariz, como si fuera un moscardón que sobre ella se hubiera posado. Algunos llevaban los botones superiores de la camisa desabrochados, mostrando con banal prepotencia el vello ensortijado de su pecho. Una conducta propia, en su opinión, de la fanfarria típica de los novios de la muerte, que defendían a ultranza los últimos restos de colonialismo español en Africa.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#ffcc33;">R</span></strong>esultaba impresionante verlos, todo hay que decirlo. Pero Maruja no tenía dudas en cuanto a que no cambiaría a Ramiro por ninguno de ellos. Su Ramiro, fuera de toda especulación, era decididamente especial. Eso era algo de lo que sus jefes se habían dado cuenta a tiempo, destinándole a oficinas. Afortunadamente, aquélla circunstancia contaba además con la ventaja implícita de que estaba rebajado de guardias, si se exceptuaba el hecho de tener que realizar una cada quince días para cumplir con el protocolo.Siendo natural de Madrid, pronto le darían el pase pernocta, con el que podría comer y dormir en casa todos los días que no tuviera servicio. “Y es que Ramiro es tan especial -no se cansa de repetirse a sí misma-, que tiene suerte hasta para eso”.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-23799068533873638472009-10-19T14:17:00.002+02:002009-10-19T14:20:22.654+02:00Capítulo 3<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 3</span></strong></div><br /><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">C</span></strong>uesta creer la buena suerte que ha tenido Ramiro al recibir el despacho con la notificación oficial de destino y Maruja casi llora de alegría al saber que lo va a tener tan cerca de casa. Junto a La Maestranza, escondido en la calle Granada y paralelo a la Avenida de la Ciudad de Barcelona, existe un pequeño acuartelamiento que recibe el nombre de Parque Central de Automóviles. Y aunque huelga especificarlo, pertenece al arma de Automovilismo del Ejército de Tierra. El primer sorprendido, no obstante, es Ramiro, que no termina de creer en su propia suerte, pues supone con acierto que tendrá opciones de sacarse el carnet de conducir –incluido el primera especial- sin tener que desprenderse de un solo duro de su bolsillo.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">T</span></strong>al circunstancia, por otra parte, le reporta interesantes perspectivas de futuro y no puede disimular su alegría cuando lo comenta con ella. Es evidente que, una vez licenciado, siempre le ha de quedar la opción de presentarse a cualquier empresa de transportes y solicitar un puesto seguro de conductor, con su sueldo a fin de mes y sus pagas correspondientes, sus vacaciones y su sacrosanta seguridad social. Eso ya es motivo más que suficiente para que en lo más profundo de su corazón, Maruja sienta que se acerca un paso más hacia ese sagrado altar con el que sueña y coqueta, como mujer que es, al fin y al cabo, se relama anticipadamente con el vestido de novia. De blanco, naturalmente, como manda la tradición y como se casó su madre y antes que ella, su abuela, y remontándose mucho más allá en el tiempo, la madre de ésta. Inmaculada e intacta, por supuesto: ¿qué hombre, en su sano juicio, se casaría con una mujer que hubiera perdido su virginidad antes de la noche de bodas?.No puede evitar estremecerse cuando piensa en ello y siente que sus mejillas se encienden como una hoguera en la noche de San Juan. Mantiene tan fresco en su memoria el sentimiento de cosquilleo que experimenta cada vez que Ramiro la abraza y besa sus labios, que se pregunta, ilusionada, qué intenso éxtasis no será aquél que habrá de venir después de la consumación carnal del matrimonio. Tentada está de preguntárselo a su madre, pero conociéndola, desiste inmediatamente, suponiendo que no sería de buena educación hablar de un tema considerado tabú. Pero piensa que, a pesar de todo, no debe de ser un pecado tan mortal cuando la gente lo hace, aunque por educación no hable demasiado de ello en público.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-76547320805031667902009-10-08T09:13:00.002+02:002009-10-08T09:17:45.738+02:00Capítulo 2<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 2</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">C</span></strong>asi se desmaya de alegría cuando sus manos rasgan cuidadosamente el sobre que acaba de entregarle en mano el cartero y cuyo remite, escrito en letras romanas de una pulcritud esmerada, pone textualmente:<br /> </div><div align="center"><br /><strong><span style="color:#cc9933;">C.I.R. Nº3<br />CAMPAMENTO DE SANTA ANA<br />CACERES</span></strong><br /></div><div align="justify"> </div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>parte de sus detalles amorosos, lo que más admira en Ramiro es su esmerada caligrafía. Perfectamente legible, proporcionada y sin una sola falta de ortografía, le define –en su opinión- como a un hombre cuidadoso y seguro de sí mismo, capaz de afrontar la vida con decisión y valentía. En contra de los comentarios de muchos quintos ultrajados, jamás ha escuchado pronunciar a Ramiro una palabra mal sonante con relación al estamento castrense, por lo que ella, acordándose de las palabras de su padre, no duda de ninguna de las maneras que el Ejército es una escuela de formación de hombres de provecho, que harán más grande, aún si cabe, a éste histórico país que tanta sangre ha costado levantar.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">R</span></strong>amiro pertenece al octavo y último reemplazo, aquél que se incorpora a filas a finales de noviembre y en su carta anuncia la posibilidad de pasar las navidades en Madrid. Asevera, también, que todos los comentarios coinciden en definir la fecha del 30 de diciembre como el día señalado para el solemne acto de la jura de bandera y anticipa el porcentaje tan elevado de posibilidades que tiene de ser destinado a cualquier acuartelamiento de la capital. Esta es, sin duda, la mejor noticia que le puede dar e imagina, en su mente, excelentes perspectivas que, a pesar del romanticismo implícito de una mujer enamorada, no descartan, en absoluto, el acto hermoso y sagrado de pasar por la vicaría y cambiar el hasta entonces rutinario rumbo de su vida.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">R</span></strong>amiro reseña también, que en la sabana cacereña donde se encuentran las instalaciones del Centro de Instrucción de Reclutas de Santa Ana, hace un frío que traspasa el calcio de los huesos, haciendo tiritar al más pintado. Por tal motivo, en su opinión la instrucción que reciben todos días poco después del toque de diana, viene a ser como una especie de linimento natural para entrar en calor y desentumecer los músculos. Siendo recluta, todavía no sabe lo que son las guardias; pero un simple vistazo a los compañeros veteranos que se refugian en las garitas intentando confundirse con la cal que cubre los ladrillos, le basta para suponer lo poco agradable que debe resultar que le hagan a uno ser centinela en invierno.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">M</span></strong>aruja se estremece involuntariamente y continúa leyendo la carta con exhorbitada avidez. Su piedad –supone, entonces- tiene una vertiente completamente egoísta por la suerte de su amado. Siendo un muchacho tan fino, imagina, estremeciéndose, sus aristocráticas manos ulceradas por la dura instrucción con el arma y sus labios agrietados, brillantes por la barra de cacao que, espera, de todo corazón, haya tenido la oportuna precaución de comprar en alguna farmacia durante los días de visita a Cáceres capital que, según le cuenta, suelen ser, única y exclusivamente, los fines de semana.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>scribe unas líneas más abajo, que la comida es abundante –dos platos y postre- y aunque tiene un cierto regusto a bromuro, su apetito es tan infame, que deja los platos tan inmaculados y relucientes, que se podría volver a comer en ellos sin necesidad de que pasen otra vez por el fregadero.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong> media mañana todos esperan, con ansiosa glotonería, la calandraca: una barrita de pan con una o dos lonchas de chope, mortadela o jamón de york, que les hacen sentirse como en casa y les ayuda a continuar la instrucción con el ánimo más templado.<br />“¡Qué exagerado es mi Ramiro!”, piensa Maruja, sonriendo con ternura, para murmurar a continuación: “pero está bien; está muy bien que no pierda el apetito. Eso es algo muy importante cuando se está lejos de casa”.Cuando llega la hora de la despedida, lee que Ramiro la envía un fuerte beso, e inmediatamente imagina que lo tiene allí mismo, a escasos centímetros de ella, estrechándola suavemente de la cintura, bebiendo de sus labios como un pajarito en un charco de lluvia recién caída.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-72276286935686139812009-10-07T08:28:00.002+02:002009-10-07T08:35:36.888+02:00Cuéntame qué os pasó<div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Preámbulo</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>cudió a mi consulta recomendada por un viejo amigo de la Facultad, con el que me unía una estrecha amistad desde que éramos niños. Aunque no era la primera persona que me enviaba, enseguida supe, por su aspecto, que aquélla mujer no iba a ser un caso fácil de tratar. Como psicólogo de cierta experiencia comprendí, apenas comenzó a relatarme los pormenores de su historia, que tenía entre las manos un caso de difícil solución.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>l aspecto físico que mostraba era, en mi opinión, el espejo que evidenciaba el infierno particular por el que atravesaba su alma. Infierno del que, por otra parte, tenía la plena seguridad de que no sería capaz de aliviar con mis consejos profesionales ni tampoco recetándole una panacea química de revolucionaria actualidad como es el prozac.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">T</span></strong>umbada sobre el confortable diván, permanecía con las manos cruzadas sobre el pecho, y en un desliz de mi imaginación, se me antojó lo más parecido a la visión de un cadáver que hubiera contemplado jamás, si exceptuamos el de mi padre, cuyo sudario blanco apenas dejaba entrever una cara pálida y manida por el dolor de la terrible enfermedad que había acabado con su vida a una edad relativamente joven.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>a mujer –respondía al nombre de Maruja-, aún tardó algunos minutos en olvidar sus reticencias iniciales frente a un desconocido, aunque se tratara de un doctor. Aún así, teniendo plena constancia de lo angustioso que la resultaba liberarse de su historia, supuse que la mejor manera de ganar su confianza consistía en utilizar las armas de la paciencia. Y de hecho, tal decisión fue la acertada, aunque todavía se tomó su tiempo, imagino que calculando los pros y los contras.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">H</span></strong>abiendo sido convenientemente prevenido por mi amigo, cancelé todas mis citas por la mañana, de manera que disponía de tiempo más que suficiente para escuchar y sacar las pertinentes conclusiones.He aquí, fielmente reflejado, lo que se ocultaba en lo más profundo de su corazón, común –me consta-, a un porcentaje muy elevado de mujeres españolas:</div><br /><div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">Capítulo 1</span></strong></div><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>penas la quedan remedios para disimular los moratones que la noche anterior la ha producido el macho hispánico con el que tuvo la desventura de casarse, ¿hacía cuánto tiempo?, tal vez un siglo, justamente lo que para ella representaban aquellos catorce años de insoportable brutalidad doméstica. Bueno, para ser honestos, piensa mientras el roce de su dedo en el labio deja escapar una gotita de sangre que inmediatamente lame con la punta de la lengua, podía sustraerle el primero y apelando con nostalgia a la poca cantidad de sentimientos que aún mantiene latentes, sin saber muy bien por qué, en su destrozado corazón, buena parte del segundo. Sí, lo recordaba perfectamente. Fue a mediados de marzo, cuando la Semana Santa estaba a la vuelta de la esquina y Ramiro se quedó sin trabajo. Así por las buenas. Tal circunstancia obligaba a pensar que no era extraño, entonces, que hubiera perdido los nervios y la pusiera una mano encima por primera vez, consiguiendo que la bofetada, seca y a bocajarro, sonara en su cara con el mismo efecto que el restallido de un trueno. Por desgracia, el tiempo todavía no estaba lo suficientemente asentado y en la calle, aunque lucía el sol, granizaba con fuerza, de modo que era prácticamente imposible que alguien hubiera escuchado el grito que escapó de su boca, sin duda motivado por la sorpresa de una acción que desde luego no esperaba.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>s posible, no obstante, que algún vecino hubiera escuchado la palabra “perra” y que no le diera mucha importancia en aquél momento, porque Ramiro y ella habían formado un matrimonio ejemplar hasta entonces y aún gozaban de la estimable consideración de los vecinos, incluido el portero del inmueble, que constantemente se deshacía en elogios hacia la buena educación de su marido, al que calificaba, sin ambages, de perfecto caballero.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>e hecho, Ramiro había estudiado en un colegio de curas y aunque era católico, pero no practicante –al menos, que ella supiera, desde su matrimonio no había vuelto a poner los pies en una iglesia-, se persignaba todas las noches antes de acostarse, como justificándose ante Dios de lo que venía a continuación.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>ra precisamente eso, “lo que venía a continuación”, lo que había conseguido que Maruja recordara el interés que de joven había sentido por la Filosofía y aquél pequeño párrafo de Schopenhauer que aún continuaba subrayado en un pequeño libro de tapas rojas y florituras doradas, de época, grabadas a mano, que conservaba en casa de sus padres, convenientemente oculto debajo del colchón de su cama.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">A</span></strong>unque no recordaba el párrafo original, sí tenía muy claro, desde luego, que Schopenhauer venía a decir, más o menos, que una persona desesperada es aquélla que ha perdido el miedo y también la esperanza. Y de alguna manera, debía de tener razón, porque ella ya no tenía miedo a los golpes y la esperanza hacía muchos años que había volado, alejándose más y más, como aquéllas oscuras golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer, que jamás retornaron a Sevilla, aunque al poeta poco le importara tal detalle después de muerto y enterrado.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">P</span></strong>or supuesto, Ramiro volvió a encontrar trabajo –no es de extrañar que España continúe siendo por excelencia el país de los funcionarios y los representantes-, aunque tal eventualidad no había cambiado para nada el veneno que supuraba de lo más profundo de su ser. Vampiro y víctima, ella hasta entonces no se había planteado la posibilidad de una honrosa separación que pusiera fin de una vez por todas a su dramática situación.<br />¡En qué cabeza cabe!.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">C</span></strong>riada a ultranza en la España católica y tradicional del culto a Santiago Matamoros y el invicto Caudillo, hasta su propia madre no se cansaba de repetirle, una vez y otra, que el matrimonio es un constante tira y afloja, en el que hay que soportar carros y carretas por el bien de la unidad familiar, aunque siempre se quedaba corta –Maruja no sabía muy bien por qué- a la hora de añadir: “y el qué dirán”, que tenía una importancia primordial en cuanto a la vergüenza se refiere. Porque en toda sociedad siempre hay gente que tiene algo que decir, sea o no de su incumbencia; entienda o no del tema.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">R</span></strong>esulta evidente, así mismo, que su padre era un hombre tan español y encastado como los demás y hasta alguna vez le había levantado la mano a su madre. En una ocasión, incluso, la había arrojado a la cabeza un plato de lentejas que estaban frías –según él-, y si no la alcanzó, fue tan sólo por una simple cuestión de puntería o porque un ángel que pasaba casualmente por allí se llevó la peor parte, desviando el tiro lo suficiente como para que se estrellara contra el aparador que soportaba el aparato de televisión, así como el florero más feo que había visto en toda su vida. Pero siempre hacían las paces en la intimidad del lecho marital y a la mañana siguiente el sol volvía a brillar para los dos: su padre se marchaba a trabajar, temprano, como todas la mañanas y su madre se quedaba en casa, ocupándose meritoriamente de sus labores sin jornal, hacendosa, sumisa y pulcra como la habían enseñado a ser cuando apenas era una niña y la liberación de la mujer era un tópico tan inalcanzable, como ver las huellas de las botas de un astronauta sobre la árida superficie del planeta Marte.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">R</span></strong>amiro a veces se olvidaba de pegarla, pero Maruja temía mucho más esa circunstancia que cuando entraba por la puerta de casa, la miraba con el rostro ceñudo y sin un ápice de sentimiento, la abofeteaba brutalmente hasta partirle el labio y ver la sangre brotar. Era entonces, a juzgar por el brillo homicida de sus ojos, cuando algo decididamente extraño cruzaba por el interior de su mente, excitándole hasta tal punto, que retorciéndola el brazo sin pasar por poco el punto crítico de dislocarle el hombro, la arrastraba hacia el dormitorio y consumaba “lo que solía venir a continuación” cuando se persignaba por las noches y apagaba la luz de la habitación, como si en el fondo deseara que la oscuridad sirviera de parapeto a todas sus miserias humanas.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>e todas formas, hacía años que Maruja sentía lo mismo que si la hubieran sometido a una operación de ablación de clítoris, como se suele hacer con las mujeres en algunos países africanos herederos de tradiciones descabelladas. Es decir, completamente nada. Su único recurso consistía en mirar al techo, inmune por completo a los jadeos entrecortados de Ramiro y rezar a Dios porque se derramara pronto y se durmiera, poniendo punto y final a la pesadilla por esa noche. Y es que, pensaba, el mundo continuaba siendo tan hipócrita, que a la gente no le importaba tildar de bárbaros a unos y callar ante los abusos crueles e injustificados de otros, hipotéticamente más civilizados y democráticos.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">E</span></strong>l carnicero del mercado, sin ir más lejos, no perdía ocasión alguna de vanagloriarse ante las clientas como un pavo real, perjurando que en su casa era él, y sólo él, quien llevaba los pantalones; y para justificar que así era, en efecto, desmenuzaba las chuletas con tal fuerza, que no era la primera vez que Maruja tenía frente a sus ojos la terrorífica visión del hacha del verdugo abatiéndose sobre el noble cuello de Ana Bolena, satisfaciendo así el orgullo herido - ¡vaya usted a saber por qué y por quién!- del rey Enrique VIII. Imaginaba que si la hubiera tocado vivir en ese oscuro medievo europeo, sus días habrían terminado dolorosamente en la hoguera acusada de bruja. Precisamente esa era la otra palabra que solía dedicarle Ramiro cuando llegaba a casa con ganas de desahogar su frustración con ella, a falta de poder hacerlo con un perro, un gato o incluso un inocente canario, fácil de herir y torturar. Sin embargo, cuando entraba por la puerta sin decir nada, pasando a su lado como si ella no existiese, Maruja se sentía tan condenadamente mal, que encontraba mucho más valor en esas cosas repugnantes que en ocasiones la gente pisa por las calles y que se ven recompensadas, siquiera, con una maldición después de restregarse la suela de los zapatos contra el borde de la acera.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>os silencios de Ramiro resultaban tenebrosos, profundos y desconocidos como esas aguas abismales en las que habitan extrañas criaturas, poco o nada conocidas por los biólogos marinos, tan orgullosos de sus precisos instrumentos científicos capaces de clasificar hasta lo inclasificable.<br />Eran silencios cargados de desprecio, que apenas se veían perturbados por su deglutir cuando ambos se sentaban a la mesa a comer. Ella solía levantar la mirada del plato de sopa, sólo para cerciorarse de que todo estuviera perfecto y a él no le faltara nada, aunque solía encontrar siempre cualquier excusa para sacarse una falta de donde no la había y mortificarla con ella. Tanto era así, que no podía evitar, que incluso aquéllas cucharadas que lentamente se llevaba a la boca, soplando para no quemarse el paladar, tuvieran un rotundo y desagradable sabor a limosna.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">D</span></strong>espués del café, cuando Ramiro se marchaba otra vez a trabajar y ella se quedaba quizás menos sola que estando él en casa, Maruja fregaba los platos. Los dejaba tan relucientes, que una vez aclarados, su rostro se reflejaba en la porcelana como si de un lustroso espejo se tratara.<br />Mujer de rasgos agraciados en su juventud, el rostro de la Maruja que la mira con silenciosa imparcialidad desde ese otro universo espejiforme y onírico, bien pudiera ser, en el presente, uno de los modelos utilizados por Francisco de Goya y Mucientes en el pasado como parte de su negra visión de la España apocalíptica de esa época. O también, por qué no, el rostro de un ser perverso y desnaturalizado, digno ejemplar de la cámara de los horrores de cualquier museo de cera del mundo, incluido el de Madame Tousseau, que tanta fama adquiriera en las postrimerías del siglo XIX.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">L</span></strong>os pómulos pronunciados, que una vez habían estado ocultos por la abundante marea de la carne, parecen ahora peñones muertos por debajo de unos faros cuya luz yace enterrada para siempre en el limbo infinito del recuerdo. Los labios, antaño frescos como la fruta madura, producen la desagradable impresión de ser una delgada línea, dibujada apresuradamente por un delineante cansado de fijarse en los pequeños detalles e incapaz de utilizar otro color que no sea el negro funerario de la tinta china.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">P</span></strong>or otra parte, el carmín es un artículo prescindible, banal y prohibido, así como la peluquería y otros entrañables menesteres que rinden culto a la femineidad y que para Ramiro no representan otra cosa que la intención implícita de buscar fuera lo que él sobradamente tiene para dar en casa y con lo que cualquier mujer, excepto ella, “que es una desagradecida”, se sentiría completamente satisfecha. Tal vez por eso, las canas que se adivinan en su cabello, no signifiquen otra cosa que vetas de plata sin quilates de valor por las que ningún joyero en su sano juicio se avendría a pagar nunca una miserable peseta.<br /><strong><span style="font-size:180%;color:#cc9933;">S</span></strong>u mente, todavía lúcida y objetiva a pesar de los bofetones, aún recuerda secuencias aleccionadoras de tiempos mejores que, aunque en pretérito, curiosamente la hacen llegar a su nariz señales con intenso y agradable olor a nostalgia...</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-11081667317880114102009-10-06T09:56:00.002+02:002009-10-06T10:09:03.569+02:00Capítulo 11: Regreso triunfal<strong><span style="font-size:180%;">C</span>apítulo 11: <span style="font-size:180%;">R</span>egreso triunfal</strong><br /><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">N</span></strong>ada hay más extraño, desconcertante y difícil de comprender que una aventura mágica, donde las cosas suceden, sin que nunca se sepa cómo ni por qué. Por eso, cuando la pavorosa serpiente Jumara quedó completamente inmóvil, con la cabeza mortalmente herida por el afilado cuchillo de Kata Juta y éste perdió el conocimiento como consecuencia del esfuerzo realizado, además del golpe recibido en la caída, apenas se sorprendió cuando, al recobrar otra vez el conocimiento, se despertó en la cueva. Bujari, que se encontraba arrodillada junto a él, le daba palmaditas en la mejilla, intentando desesperada que abriera los ojos.<br /></div><div align="justify">-¿Dónde estoy?. ¿Qué ha pasado?, -preguntó, incorporándose con cierta dificultad.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari le explicó entonces todo cuanto había sucedido. Por lo menos, todo aquello que se refiere al enfrentamiento con Jumara, porque no era capaz de comprender cómo habían regresado a la cueva, como tampoco había comprendido cómo habían salido de ella, llegando hasta el desierto. A ese respecto, sólo recordaba un repentino resplandor anaranjado y un segundo después el desierto desapareció, encontrándose otra vez en el interior de la cueva, precisamente en el mismo lugar frente al altar donde se encontraba el Boomerang Mágico.<br /><strong><span style="font-size:180%;">K</span></strong>ata Juta, recuperado, observó a su alrededor. Aparte de los bunyips –aunque su aspecto continuaba produciéndole escalofríos, su temor hacia ellos se había mitigado-, había tres nuevos personajes, cuyas peculiares características le hizo preguntarse quiénes serían. También vestían unas curiosas túnicas, similares a las que utilizaban los bunyips, aunque de color dorado. Uno era un niño de corta edad; otro un hombre adulto, y el tercero, un anciano en cuyas manos, arrugadas y temblorosas, se podía apreciar un largo cayado confeccionado con una rama de eucalipto.<br /><strong><span style="font-size:180%;">F</span></strong>ue éste último quién habló en primer lugar, con una voz ronca y débil, diciendo:<br /></div><div align="justify">-Soy el Donante de Tiempo del Pasado.<br />-Yo soy el Donante de Tiempo del Presente, -dijo el hombre adulto.<br />-Y yo soy el Donante de Tiempo del Futuro, -se presentó a continuación el niño.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">D</span></strong>espués, dijeron los tres al unísono:<br /></div><div align="justify">-El tiempo no tiene importancia. Sólo la vida es importante. Tu deseo ha sido cumplido. El Pasado se ha corregido, modificando el Presente y ofreciendo una nueva oportunidad al Futuro. La fuerza del amor, añadida a tu valor lo han conseguido. Ahora podéis marchar en paz.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">S</span></strong>uele ocurrir que cuando se regresa de un viaje, desandando el camino ya conocido, éste, por alguna curiosa razón, parece generalmente más corto. Por lo menos así se lo pareció a Kata Juta y a Bujari, cuando un buen día, después de dejar atrás Ulurú, las Montañas Azules y el gran Desierto Rojo, se encontraron en las cercanías del poblado Anangu.<br /><strong><span style="font-size:180%;">N</span></strong>o se hacían preguntas con respecto a la facultad que tenían los bunyips y los Donantes de Tiempo de aparecer y desaparecer a voluntad, como si fuera la cosa más natural del mundo, porque comprendían que eso era un misterio de la Magia de los Dioses, y estos guardaban celosamente sus secretos.<br /><strong><span style="font-size:180%;">T</span></strong>ampoco esperaba Kata Juta ser recibido como un héroe en el poblado, ni siquiera teniendo un pensamiento vanidoso –todo el mundo lo tiene alguna vez-, pues al fin y al cabo era un ser humano. Y había aprendido que ser humano significaba aceptarse uno mismo tal y como se es, con sus virtudes y sus defectos; con su entrega y su solidaridad.<br /><strong><span style="font-size:180%;">S</span></strong>e sentía feliz, inmensamente feliz cuando abrazó a Lungkata y comprobó que éste se hallaba completamente recuperado. Es más, ni siquiera recordaba haber sido mordido por una hormiga ungwatafungi, faltando muy poco para que durmiera el Sueño de los Dioses.<br /><strong><span style="font-size:180%;">P</span></strong>or supuesto, Bujari fue homenajeada también. En realidad, Kata Juta no dejaba de reconocer que, de no haber sido por su ayuda, posiblemente él no hubiera conseguido llevar a feliz término su misión. Pero había algo más. Algo maravilloso que había ido germinando en su corazón, con la misma intensidad a como las raíces de un árbol se agarran a la tierra.<br />Pero claro, eso forma parte de otra historia, cuya pista se encuentra en los profundos lazos que a partir de entonces unieron a los pueblos Anangu y Warramungu.<br /> </div><div align="center"><br /><strong> F I N</strong></div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-9892138479718820782009-10-05T08:55:00.003+02:002009-10-05T09:02:40.870+02:00Capítulo 10: El Boomerang Mágico<strong><span style="font-size:180%;">E</span>l <span style="font-size:180%;">B</span>oomerang <span style="font-size:180%;">M</span>ágico</strong><br /><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">A</span></strong>lgo que Kata Juta no podía siquiera imaginar, era el hecho de que los bunyips habitaran en cuevas, por mucho que le costara llegar a creer que, dada su elevada estatura, entraran por la pequeña galería que habían descubierto ellos con la ayuda de Luluba. Supuso, aún medio paralizado por el miedo, que debía de existir alguna otra entrada secreta que a ellos les había pasado inadvertida y que posiblemente se encontraba al otro lado de la montaña. Tampoco se imaginaba que pudieran ser tantos, ni que su rostro fuera tan espantoso; posiblemente mucho más espantoso de lo que los relatos de los mayores aseguraban. Permanecían todos muy unidos, aunque en grupos de tres –tal y como había visto en la pintura de la roca y como afirmaban los ancianos que solían hacer cuando abandonaban su territorio-, y todos, sin excepción, vestían unos extraños atuendos que les cubría por completo el cuerpo, desde los hombros a los pies. Estos no se les veían. Dicho atuendo era de color blanco, de manera que, vistos así, al resplandor azul verdoso que predominaba en la caverna, daban un aspecto mucho más siniestro todavía si cabe, porque los hacía parecer auténticos fantasmas.<br /><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari tenía unas sensaciones parecidas, y como Kata Juta, permanecía completamente inmóvil, sin atreverse siquiera a dar un solo paso. La única que no parecía tener ningún temor, era Luluba, que daba saltitos a su alrededor, mirándoles a ellos y a los bunyips, como si esperara que cualquiera de ellos dijera o hiciera algo.<br /><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>n otras circunstancias, Kata Juta hubiera pensado que tales demostraciones de confianza podían dar a entender que a lo mejor, en el fondo, los bunyips no eran los seres tan terribles que todo el mundo imaginaba. Pero mirándolos de cerca, no podía dejar de sentirse atemorizado por ellos. Sobre todo porque aquellos ojos azules, sin cejas ni pestañas, les observaban con tal fijeza e intensidad, que comenzaban a sentir una repentina sensación de sueño.<br /><strong><span style="font-size:180%;">P</span></strong>rimero fue Bujari quien se desvaneció, cayendo sobre la mullida alfombra de arena de la cueva. Luego, apenas unos segundos después, la acompañó Kata Juta, dejándose caer al lado de ella. Cuando despertaron, ninguno de los dos sabía cuánto tiempo habían estado dormidos, aunque ambos coincidían en que no habían tenido sueños. Al menos, no se acordaban de ello. Después, cuando volvieron a darse cuenta de que aún estaban en la cueva, miraron nerviosos a su alrededor. Pero a excepción de Luluba, que saltaba alegremente de uno a otro, lamiéndoles la cara cuando les vio despiertos, no había señal alguna de los bunyips.<br /></div><div align="justify">-¿Lo habremos soñado todo?, -comentó Kata Juta, frotándose los ojos, deseando con todas sus fuerzas que así fuera.<br />-Ven, acerquémonos al altar, -dijo Bujari, cogiéndole de la mano y tirando con fuerza de él.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>l agua estaba helada, de manera que cruzaron el río corriendo para escapar cuanto antes de la sensación de frío, salpicando involuntariamente a Luluba que, dando un pequeño grito de sorpresa, se quedó en la orilla observándoles con atención, aunque disgustada por un baño de agua fría que no esperaba.<br /><strong><span style="font-size:180%;">D</span></strong>e madera desgastada por el tiempo –Kata Juta esperaba que un objeto tan importante fuera algo de aspecto reluciente y maravilloso, como algunas piedras de color amarillo y muy brillantes que se encontraban en los lechos de los ríos-, el Boomerang Mágico tenía la forma inequívoca de un canguro en actitud de saltar. Aunque cubierto casi por completo de polvo y alguna que otra telaraña, aún se podían distinguir los colores originales ocres y naranjas con los que había sido pintado al principio de los tiempos, cuando los Wondjinas decidieron dárselo a su antepasado Adanee para que le sirviera de arma con la que defenderse y de herramienta de caza para alimentarse.<br /></div><div align="justify">-Si no fuera por el color, -comentó Kata Juta, pensativo-, diría que es una réplica perfecta de Luluba.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">N</span></strong>o bien terminó de decir estas palabras, adelantando la mano hacia el boomerang para hacerse con él, cuando un bunyip, materializándose delante de él –apareció con la velocidad con la que una imagen se refleja en un espejo-, le sujetó fuertemente por la muñeca, impidiéndoselo. Bujari chilló asustada. Pero cuanto intentó ayudar a Kata Juta, se vio también atrapada. Ambos forcejearon, intentando liberarse sin conseguirlo. A pesar de la extrema delgadez, el bunyip tenía una fuerza descomunal, y sus manos estaban tan frías como un témpano de hielo. Cuando se cansaron de forcejear, sintiendo prácticamente dormidas las muñecas, el bunyip, sin dejar de mirarles, les liberó:<br /></div><div align="justify">-Soy el custodio del Boomerang Mágico, -dijo, sin apenas mover los labios, con una voz que parecía surgida, no de su garganta –que hubiera sido lo más normal entre seres normales-, sino de lo más profundo de su estómago, pues sonaba como un eco lejano. Robar va contra la Ley.<br />-No somos ladrones, -contestó Kata Juta, frotándose la muñeca, dolorido.<br />-Si no sois ladrones, -continuó diciendo el bunyip-, ¿por qué pretendéis llevaros algo que no os pertenece?.<br />-Lo necesitamos para salvarle la vida a un amigo que se muere, -dijo Kata Juta, explicándole a continuación todos los pormenores de la tragedia de Lungkata, así como las aventuras y los peligros que habían tenido que hacer frente durante el viaje.<br /><br /><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>l bunyip guardó silencio durante unos instantes, mientras Kata Juta, nervioso, miraba alternativamente a Bujari y al Boomerang Mágico, pensando que aunque estaba tan cerca de él, la presencia del bunyip lo hacía prácticamente inalcanzable. Por fin, cuando estaba a punto de perder los nervios por la prolongada espera, la voz del bunyip volvió a sonar con su tono cavernoso, diciendo:<br /></div><div align="justify">-Puede que vuestras intenciones sean honestas, pero aún así, no se puede utilizar el Boomerang Mágico sin haber pasado antes la Prueba del Valor.<br />Kata Juta y Bujari intercambiaron una mirada, aunque no hicieron ningún comentario, porque el bunyip continuó explicándoles:<br />-Es el propio Boomerang Mágico quien decide quién es digno de utilizar sus poderes y quién no. </div><div align="justify">Si estáis dispuestos a afrontar la prueba, debéis arrodillaros junto al altar y extender vuestras manos, sin llegar a tocarlo.<br />Ambos así lo hicieron.<br />-Es muy importante que sepáis, -dijo el bunyip, que permanecía situado detrás de ellos-, que los poderes del Boomerang Mágico conocen perfectamente cuáles son vuestros miedos y temores, por mucho que intentéis ocultarlos en lo más profundo del corazón. Sabiendo esto, ¿estáis dispuestos a continuar?.<br />-Sí, -respondieron Kata Juta y Bujari al unísono, sin dudarlo un segundo.<br />-En ese caso, repetid conmigo: norte, sur, este y oeste; los puntos cardinales aparecen y desaparecen.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">H</span></strong>aciendo lo que el bunyip les había dicho, Kata Juta y Bujari repitieron las palabras, observando con mucha atención. Al principio no pasó nada. El Boomerang Mágico continuaba en su sitio, completamente inanimado, mientras ellos, de rodillas frente a él, comenzaban a sentir cansancio en los brazos, motivado por el tiempo que llevaban estirados. Después, cuando sintieron los primeros pinchazos en las yemas de los dedos y estaban a punto de bajarlos, el Boomerang Mágico, sin que nadie lo tocará, se movió.<br /><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>on lentitud al principio, el maravilloso objeto fue liberándose de la capa de polvo y de las telarañas que lo cubrían, ascendiendo en el aire más y más a medida que los giros iban adquiriendo velocidad. El sonido que producía –parecido al zumbido de las abejas cuando están enfurecidas-, comenzaba a ser más fuerte, también, llegando a un punto en que era lo único que Kata Juta y Bujari podían oír. Entonces, cuando pensaban que se iban a quedar sordos, pues realmente el sonido llegó a ser insoportable, algo extraordinario sucedió...<br /> </div><div align="center"><br />***</div><div align="justify"><br />-¿Dónde estamos?, -preguntó Kata Juta, completamente desorientado.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">D</span></strong>esorientada, también, aunque quizás no tanto como Kata Juta, Bujari contestó:<br /></div><div align="justify">-No estoy segura, pero creo que hemos vuelto otra vez a los límites del desierto...<br />-¡No puede ser!, -dijo Kata Juta, confuso. ¿Cómo hemos podido volver otra vez aquí?. ¿Y el Boomerang Mágico?.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari no dijo nada. Después, encogiéndose de hombros, comentó:<br /></div><div align="justify">-Los designios de los Dioses son imprevisibles...<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>n efecto, parecían los límites del desierto que se extendía hasta las inmediaciones de la montaña Ulurú, salvo con la diferencia de que el cielo tenía un extraño color violáceo y el sol era completamente blanco. Ningún sonido se escuchaba, ni siquiera una brisa de viento, por débil que ésta fuera. Las nubes, sin embargo, numerosas y de diferentes formas y tamaños, tenían unos tintes grisáceos que se volvían plateados cuando pasaban por debajo del sol.<br /></div><div align="justify">-¿Y ahora qué hacemos?, -preguntó Bujari, nerviosa, observando a Kata Juta con atención.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>ste no dijo nada. En realidad, no sabía qué decir y tampoco qué hacer, salvo recorrer por segunda vez el camino hacia la montaña sagrada, por muy cansino que eso les resultara. Cuando así se lo dijo, estando a punto de iniciar la marcha, una terrible aparición se materializó frente a ellos, haciéndoles sobrecoger de espanto.<br /><strong><span style="font-size:180%;">J</span></strong>umara, la terrible serpiente, estaba delante de ellos, alzándose sobre su voluminoso vientre, preparada para atacarles. Sus ojos, profundamente negros como ciertas zonas de su escamosa piel, los miraban con perversa intensidad, mientras abría y cerraba la boca, mostrando su lengua bífida y unos colmillos tan grandes y afilados como un cuchillo.<br /></div><div align="justify">-¡Atrás!, -dijo Kata Juta, protegiendo instintivamente a Bujari con su cuerpo.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">H</span></strong>abía sacado el cuchillo de hueso, empuñándolo con determinación, decidido a vender muy cara sus vidas. Puede que Jumara no esperara esa reacción, acostumbrada como estaba a que sus víctimas se quedaran paralizadas de miedo en cuanto la veían y eso las impidiera luchar y defenderse. Cuando por fin se decidió a moverse, lo hizo volteando la cabeza hacia un lado y a otro, con rápidos movimientos.<br /></div><div align="justify">-¡Corre, Bujari!, -dijo Kara Juta, echándose hacia atrás, mientras intentaba defenderse con el cuchillo, aunque veía, desesperado, como la enorme serpiente evitaba todas sus estocadas y éstas sólo alcanzaban al aire.<br />-¡Cuidado, Kata Juta!, -chilló Bujari, aterrorizada, cuando vio que éste tropezaba, cayéndose de espaldas, quedando a merced de la bestia.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari corrió en su ayuda, pero cuando quiso llegar hasta donde Kata Juta había caído, observó boquiabierta como éste saltaba en el momento en el que la pavorosa cabeza de la serpiente bajaba hacia él, con la boca muy abierta. Llevándose las manos a la boca, fue testigo, estupefacta, del prodigioso salto de Kata Juta, quien, abrazado a la pavorosa cabeza de la serpiente, le hundía una y otra vez el cuchillo. Bujara, herida de muerte, lanzaba estremecedores alaridos mientras ladeaba la cabeza con furia, intentando liberarse del abrazo de Kata Juta. Lo consiguió cuando, ya casi sin fuerzas, se derrumbó en el suelo, levantando verdaderas nubes de arena con la cola. Kata Juta cayó algunos metros más allá, rodando por la arena como un matorral arrastrado por el viento.<br /></div><div align="justify">-¡Kata Juta!, -gritó Bujari, corriendo hacia él.<br />-¿Lo hemos conseguido?, -logró articular éste, poco antes de perder el conocimiento.Sí, Kata Juta, -dijo Bujari. Lo hemos conseguido...</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-39603387853933748272009-09-25T08:07:00.002+02:002009-09-25T08:11:22.695+02:00Capítulo 9: Ulurú<strong></strong><br /><strong><span style="font-size:180%;">U</span>lurú</strong><br /><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">U</span></strong>lurú, la Montaña Sagrada de los Dioses, situada en mitad de un llano circundante donde alternaban los arbustos espinosos con los robles del desierto y las dunas de arena, parecía, por su forma oval, el torso de un gigante cuyo cuerpo permanecía profundamente enterrado en la tierra. Verla allí, solitaria y a merced de los elementos, imponía un respeto más que sagrado. Sobre todo cuando, a medida que los rayos del sol incidían sobre ella, las paredes de la roca que la formaban iban cambiando de color, adquiriendo connotaciones a cuál de ellas más hermosa y espectacular: naranjas, rojos, amarillos, violetas y grises.<br /><strong><span style="font-size:180%;">S</span></strong>uperada con éxito la aventura vivida con los yowies, se enfrentaban ahora a la difícil tarea de encontrar –buscando, bien en la cima de la montaña sagrada, bien en lo más profundo de sus innumerables cuevas y recovecos-, el Boomerang Mágico, cuyos poderes habrían de salvar a Lungkata de una muerte segura y volver a restaurar la tranquilidad y la armonía en el poblado de los Anangu.<br /><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>l viento que soplaba, arrastraba con él remolinos de arena, que vistos sobre la cima, parecían fantasmas inquietos cuya misión fuera alejar de sus inmediaciones a todos los intrusos. Según le había explicado Bujari, en las paredes de las cuevas los Grandes Antepasados –aquellos que habían habitado el territorio muchas generaciones antes de que ellos nacieran-, habían dejado toda clase de pistas y señales, a modo de pinturas y grabados en las rocas, que explicaban todos los misterios de su vida. De manera que, según su opinión, sólo había que saber interpretar las pinturas adecuadas, para llegar hasta el lugar donde se encontraba oculto el Boomerang Mágico.<br /><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>n opinión de Kata Juta, Ulurú era un lugar de lo más extraño. A excepción del viento, que soplaba más y más fuerte a medida que seguían uno de los senderos de ascenso por su ladera norte, ningún otro sonido alteraba la solitaria paz de aquella montaña que, por su incalculable antigüedad, debía de ser la madre de todas las montañas. Sentía –aunque se guardó mucho de comentárselo a Bujari, más que nada para no inquietarla-, que aquella inmensa roca despedía unas vibraciones tan especiales, que alejaba a cualquier ser vivo que en ella tuviera la intención de instalarse.<br /><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>uando llegaron a la primera de las cuevas que encontraron en su camino, Luluba se escondió en lo más profundo de la bolsa, sin duda amedrentada por la absoluta oscuridad que se adivinaba con solo echar un vistazo a la entrada.<br /></div><div align="justify">-Será mejor que me esperéis aquí, mientras miro en el interior, -dijo Kata Juta, decidido a no seguir la marcha, sin antes asegurarse de que no dejaba atrás ninguna posible pista que le llevara hasta el Boomerang Mágico.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">U</span></strong>na vez en su interior, Kata Juta pudo comprobar que no se trataba en realidad de una cueva, sino más bien de un agujero en la roca, que no tenía absolutamente nada en su interior, a excepción de numerosos guijarros y arena. Procurando no desanimarse ante aquél primer fracaso, salió otra vez al exterior, apagando la improvisada antorcha que había encendido frotando entre sí dos pedernales.<br /><strong><span style="font-size:180%;">El</span></strong> viento, que parecía empeñado en obstaculizar su marcha, levantaba más y más remolinos de arena según iban ascendiendo, por lo que hubo un momento en el que no tuvieron más remedio que cogerse de la mano para no extraviarse. Kata Juta marchaba delante, protegiéndose el rostro con la mano que le quedaba libre, para que la arena no le entrara en los ojos. Después, cuando pensaban que iban a ser definitivamente engullidos por los remolinos de arena, el viento cesó de repente, como por arte de magia. De todas formas, resultara extraño o no, ambos sintieron un gran alivio.<br /><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>erca de la cima, descubrieron una roca cuyos grabados, aparte de inquietantes, les ofrecieron una pista sobre el posible paradero del Boomerang Mágico. Resultaban inquietantes, porque representaban a unos extraños seres, muy altos y muy delgados, con grandes y extrañas cabezas. Había tres, muy juntos, y sus manos señalaban hacia un lugar que parecía un altar sobre el que descansaba un objeto. El problema estaba en que esa parte de la pintura, es posible que por el tiempo transcurrido a la intemperie, se había borrado y el objeto en sí, apenas se apreciaba, pudiendo ser cualquier cosa.<br /></div><div align="justify">-No hay duda de que son bunyips, -dijo Bujari, estremeciéndose involuntariamente con solo mencionar su nombre.<br />-Sí, eso mismo creo yo, -comentó Kata Juta, añadiendo a continuación: parece que señalan en esa dirección.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari miró hacia donde indicaba Kata Juta, pero, aparte de ciertos arbustos, solo se apreciaba una pared de roca tan lisa, que ni siquiera las mujeres Warramungu –famosas en todo el territorio por ser unas hábiles trepadoras-, se atreverían a escalar sin ayuda.<br /></div><div align="justify">-Tal vez la roca se haya movido con el tiempo y señalara en dirección a la cima, -aventuró Kata Juta, temeroso de no poder seguir la pista que habían encontrado.<br />-No sé, no sé, -dijo Bujari, meditabunda, apoyando sus manos en la barbilla, intentando encontrar una solución.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">I</span></strong>ba a proponer Kata Juta que continuaran ascendiendo –aún les faltaba un buen trecho para alcanzar la cima-, cuando Luluba, saltando de la bolsa, se introdujo entre los matorrales, sin darles tiempo siquiera a intentar detenerla.<br /></div><div align="justify">-¿Pero a dónde ha ido?, -preguntó Kata Juta, disponiéndose a seguirla, temiendo que pudiera hacerse daño con las espinas de los matorrales o, ¿por qué no?, meterse en algún lío.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">L</span></strong>a cabeza de Luluba asomó entonces de entre los matorrales para, una vez conseguida la atención de Kata Juta y Bujari, volver a desaparecer detrás de ellos.<br /></div><div align="justify">-Creo que Luluba ha encontrado la entrada a otra cueva y quiere que la sigmaos, -dijo Bujari, animándose repentinamente.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">V</span></strong>aliéndose de los cuchillos, Kata Juta y Bujari cortaron los arbustos descubriendo que, efectivamente, estos ocultaban la entrada a una cueva. No era una entrada muy alta, de manera que, después de encender la antorcha, tuvieron que reptar para penetrar en su interior. Cuando lo hicieron, se dieron cuenta de que afuera el viento volvía a soplar otra vez con fuerza, formando remolinos que arrastraban grandes cantidades de arena. Por un momento, se alegraron de haber podido escapar a tiempo, pues la arena, al golpear en la piel, producía arañazos y heridas muy desagradables y ambos pensaban que ya habían tenido bastante.<br /><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>asi arrastrándose, siguieron la galería durante un rato, alertados por los ruidos, parecidos a estornudos, que hacía Luluba marchando delante de ellos. Luego, cuando comenzaban a sentir cansancio, la galería daba un brusco giro a la derecha, desembocando en una caverna de dimensiones impresionantes. Apagaron la antorcha, pues la caverna estaba iluminada por una curiosa luz verde azulada, que les permitía verla en toda su extensión, a excepción del techo, por lo que consideraron que éste debía tener una altura considerable.Un pequeño río subterráneo discurría a sus pies, rodeando lo que parecía un islote de arena, donde crecían algunas plantas que ninguno de ellos había visto jamás. Allí, depositado encima de un altar de piedra, había un objeto prodigioso cuya visión les llenó de alegría. Se trataba de un boomerang, sin lugar a dudas, aunque su forma difería mucho de las tradicionales, ya que representaba, fielmente tallados, los rasgos de un canguro. Pero, cuando se disponían a cruzar el río para llegar a la isla y hacerse con él, su júbilo se transformó en miedo, al descubrir, en contra de lo que pensaban hasta entonces, que no estaban solos. </div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-49295335593611134042009-09-23T08:50:00.002+02:002009-09-23T08:54:50.364+02:00Capítulo 8: Las Montañas Azules<strong><span style="font-size:180%;">L</span>as <span style="font-size:180%;">M</span>ontañas <span style="font-size:180%;">A</span>zules</strong><br /><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">U</span></strong>na neblina azulada rodeaba las cimas más altas de las Montañas Azules, procedente de los eucaliptos gigantes que crecían en los bosques aledaños, dotándolas de un aspecto majestuoso, pero también sobrecogedor. Después de la experiencia de la noche anterior con las misteriosas luces Min-Min, Kata Juta se preguntaba qué extrañas y desconocidas criaturas habitarían allí, y qué peligro supondrían para ellos.<br /><strong><span style="font-size:180%;">S</span></strong>e detuvieron a descansar en un pequeño lago, alimentado por el agua limpia de una cascada que descendía de lo más alto de un impresionante desfiladero, donde aprovecharon para bañarse y quitarse el polvo del desierto.<br /><strong><span style="font-size:180%;">L</span></strong>o hicieron por turnos, extremando las precauciones, ya que, cuando estaban a punto de abandonar el desierto, descubrieron unas huellas en la arena, que indicaban claramente el paso de una serpiente de grandes dimensiones por allí. Así fue, poco más o menos de casualidad, como averiguaron que la pérfida serpiente Jumara les estaba siguiendo.<br /></div><div align="justify">-No me lo explico, -comentó Bujari, preocupada. O bien Jumara perdió nuestro rastro durante la noche, o bien se nos ha adelantado para tendernos una emboscada en el momento en el que menos lo esperemos.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">P</span></strong>or eso, mientras Bujari nadada en las tranquilas aguas del lago, Kata Juta permanecía de guardia, empuñando firmemente una lanza rudimentaria que se había confeccionado con una rama de eucalipto.<br /><strong><span style="font-size:180%;">A</span></strong> Luluba no parecía gustarle demasiado el agua, de manera que chilló y pataleó como una loca cuando Bujari la lavó en la orilla, pues parecía una bola marrón a consecuencia del polvo del camino que había entrado por la abertura principal de la bolsa. El enfado le duró un buen rato, durante el cual no se acercó a Bujari, a pesar de que ésta la tentaba, ofreciéndola manojos de hierba fresca que seleccionaba cuidadosamente.<br /><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>uando nadaba en el lago, siendo reemplazado en la guardia por Bujari, un gran pez rozó los pies de Kata Juta, quien, lejos de asustarse, pensó inmediatamente en el voluminoso wanajee, y en la forma tradicional que su pueblo adoptivo, los Anangu, utilizaba para capturarlo.<br /></div><div align="justify">“¡Lo que daría por un buen filete de wanajee asado!”, -se dijo para sí mismo, mientras nadaba lentamente hacia la orilla, ya que no quería entretenerse por si Jumara decidía aprovechar el momento para atacarles.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>uando salió del agua, se quedó un rato de pie al sol para secarse, mientras Bujari aprovechaba –una vez que había hecho las paces con Luluba-, para recolectar raíces y frutos, aunque sin apartarse del lugar donde Kata Juta tenía la lanza dispuesta para defenderse de cualquier ataque. Contemplando las plácidas aguas del lago y la belleza de los bosques que lo rodeaban, éste no pudo evitar pensar en lo agradable que resultaría vivir en un lugar así. Se dijo que no le importaría hacerlo, quedándose allí para siempre. Pero su mente, inquieta, le mostró la imagen del pobre Lungkata, inerme y marchitándose como una flor en el desierto, y aquél pensamiento le hizo volver a la realidad de la misión que lo había llevado hasta allí.<br /><strong><span style="font-size:180%;">R</span></strong>ecordó entonces el Boomerang Mágico. ¿Y si no lograba encontrarlo?. También existía la posibilidad de que lo encontrara demasiado tarde y no pudiera hacer nada por Lungkata, aunque si era cierto lo que decían las leyendas, posiblemente los Donantes de Tiempo pudieran poner remedio también a aquélla otra situación. Los más ancianos de la tribu, decían que perder el optimismo era la forma más directa que existía de darle la bienvenida al fracaso. De manera que decidió no permitir que eso ocurriera con él, y se hizo a sí mismo la promesa de que, ocurriera lo que ocurriera en adelante, nunca más volvería a pensar en fracasar.<br /><strong><span style="font-size:180%;">T</span></strong>an ensimismado había estado pensando, que no se dio cuenta de que Bujari –a la que había estado viendo hasta aquél preciso momento-, no aparecía ahora por ninguna parte. También Luluba parecía haberse dado cuenta, pues permanecía muy quieta a su lado, con las orejas tiesas, como si escuchara con mucha atención.<br /><strong><span style="font-size:180%;">U</span></strong>n detalle que le hizo estremecer, fue precisamente ese: en un lugar repleto de vida como era aquél, no escuchar ningún sonido era motivo más que suficiente para preocuparse. Incluso el aire, que antes soplaba agitando las ramas de los árboles, parecía haberse detenido también.<br /></div><div align="justify">-¡Bujari!, -gritó varias veces, haciendo bocina con las manos.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>omo no obtuvo respuesta, cogió angustiado la lanza, dirigiéndose hacia el lugar donde Bujari había estado recolectando raíces, frutos y cuantas cosas comestibles considerara que habrían de necesitar. Allí encontró la bolsa, tirada en el suelo y algunas raíces desparramadas alrededor. Entonces, no tuvo duda de que algo no marchaba bien. Pensó en Jumara y se estremeció. Empuñó la lanza aún más fuerte, si cabe, y corrió mirando en todas direcciones.<br /><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>staba a punto de dejarse caer, agotado por el esfuerzo de la carrera, cuando creyó oír un grito. Aguzó el oído durante unos instantes, pero no volvió a escucharlo. Miró en la dirección de donde había creído que procedía, y pudo comprobar que en aquélla zona el bosque se hacía más tupido e impenetrable debido a la densa vegetación. Sin dudarlo, se encaminó hacia allí, sin importarle los arañazos en brazos y piernas provocados por los arbustos y espinos que encontraba en su camino.<br /><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>ncontró a Bujari en un claro del bosque, maniatada con lianas y su cinta del pelo anudada alrededor de la boca para que no pudiera gritar. Estaba completamente rodeada por media docena de yowies. Supo que eran ellos, porque tenían todo el cuerpo cubierto de pelo, incluso la cara, a excepción de la frente, los ojos, la nariz y la boca. Su aspecto era feroz, pero a juzgar por la forma que tenían de moverse –encorvados-, Kata Juta supuso que no debían de ser muy rápidos. Todos iban armados con grandes garrotes, que levantaban por encima de su cabeza, dándoles un aspecto feroz y muy agresivo.<br /><strong><span style="font-size:180%;">P</span></strong>ensó que él solo, aunque estuviera armado con la lanza, no sería capaz de amedrentarlos, por lo que se le ocurrió regresar a donde había quedado tirada la bolsa de Bujari y coger el paquete maloliente que, según ella, tenía la virtud de atraer a los murciélagos. Pero no fue necesario. Sin poder dar crédito a sus ojos, observó cómo la pequeña Luluba arrastraba la bolsa con los dientes, haciendo verdaderos esfuerzos, ya que ésta era el doble de grande que ella.<br /><strong><span style="font-size:180%;">K</span></strong>ata Juta hubiera querido gritar de alegría, pero no lo hizo por temor a que los yowies pudieran descubrirlos. Dando una palmadita cariñosa en la cabeza de Luluba –lo cierto es que hubiera querido besarla-, buscó en el interior de la bolsa hasta encontrar el paquete. Aún antes de desenvolverlo, el olor le resultó tan espantoso, que a punto estuvo de vomitar. Se trataba de una masa pegajosa, de un intenso color rojizo, que le hizo dudar de que pudiera ser atractiva incluso para unos seres tan especiales como los murciélagos. Pero como confiaba en lo que le había dicho Bujari, cogió pequeños puñados con las manos, que lanzó hacia donde se encontraban los yowies.<br /><strong><span style="font-size:180%;">A</span></strong>l principio no pasó absolutamente nada. Los yowies continuaban danzando alrededor de Bujari, con las mazas levantadas por encima de sus cabezas, como si quisieran golpearla con ellas, mientras sus gargantas proferían unos sonidos guturales, que Kata Juta no podía entender. <strong><span style="font-size:180%;">L</span></strong>uego, al cabo de unos momentos que a éste se le hicieron eternos, comenzaron a olisquear el aire, sin duda preguntándose qué era aquello que olía tan mal.<br /><strong><span style="font-size:180%;">D</span></strong>esconcertados por el olor, el grupo de yowies pareció olvidarse momentáneamente de Bujari, dándola la espalda y mirando nerviosos en todas direcciones, agitando las mazas amenazadoramente. Kata Juta los observaba divertido, esperando una oportunidad para liberar a Bujari, pero a pesar de que la atención de los yowies se centraba en averiguar de dónde procedía aquél repentino y nauseabundo olor, ninguno de ellos se alejaba lo suficiente como para que éste pudiera llegar hasta ella y ayudarla a escapar, liberándola de sus ataduras.<br /><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>uando parecía que todo estaba perdido y los yowies volvían a centrar su atención en la muchacha, Kata Juta escuchó un furioso aleteo por encima de su cabeza, acompañado de un estridente concierto de chillidos. Al levantar la vista hacia el cielo, pudo ver una impresionante bandada de murciélagos –los había de todos los tamaños, siendo los más grandes de una estatura aproximada a la de Luluba-, que se dirigía derecha hacia el lugar donde estaban los yowies. Cuando éstos los vieron, corrieron despavoridos, tirando las mazas en el suelo. Kata Juta sabía que no podía desaprovechar aquélla oportunidad, de manera que abandonó su improvisado escondite y corrió hacia donde estaba Bujari, que estiraba y encogía las piernas intentando liberarse.Vamos, Bujari, -dijo Kata Juta, cortando las ligaduras con el cuchillo. Hemos de marcharnos antes de que a los yowies se les pase el susto y regresen a buscarte.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7087085304055230840.post-76419026639019746202009-09-22T08:32:00.002+02:002009-09-22T08:38:48.777+02:00Capítulo 7: El Desierto Rojo<strong><span style="font-size:180%;">E</span>l <span style="font-size:180%;">D</span>esierto <span style="font-size:180%;">R</span>ojo</strong><br /><br /><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">L</span></strong>lamado así por el intenso color rojizo de su suelo, el Desierto Rojo era una árida región de tierra que se extendía a lo largo y a lo ancho de cientos de kilómetros cuadrados, como un mar infinito que no tuviera principio ni final. A primera vista, Kata Juta pensó que ninguna criatura estaría tan loca como para atreverse a vivir en un lugar tan inhóspito y desolado como aquél y mucho menos aventurarse a atravesarlo, aunque tuviera las mejores razones del mundo para hacerlo, como en su caso.<br /><strong><span style="font-size:180%;">D</span></strong>e vez en cuando se cruzaban con algún arbusto espinoso. Pero una simple ojeada a sus ramas, delgadas y arqueadas hacia abajo, le indicaban claramente que ni siquiera los seres más habituados para aguantar las condiciones más extremas podían sentirse a gusto viviendo en semejante lugar.<br /></div><div align="justify">“¿Por qué los Dioses habrán querido que existan lugares como éste?”, -se preguntó, mirando de reojo a Bujari, que caminaba en silencio junto a él.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">O</span></strong>bservándola así, a hurtadillas para no herir su sensibilidad, Kata Juta no dejaba de admirar la fuerza y la valentía de la muchacha. Caminaba muy erguida, como si fuera una reina, sin que un quejido saliera de su boca. Pero eso no era todo. También cargaba con la bolsa de provisiones, en la que había preparado un pequeño habitáculo para Luluba, cuya cabecita apenas se dejaba ver, seguramente por el temor que sentía al observar la desolación por la que estaban atravesando.<br /><strong><span style="font-size:180%;">E</span></strong>n varias ocasiones se ofreció para cargar con la bolsa, pero Bujari se negó rotundamente, alegando que aquélla era una responsabilidad específica de la mujer, de modo que Kata Juta decidió no insistir más –al menos por el momento-, para no ofenderla, sabiendo que la distribución de tareas entre hombres y mujeres era un tema que todas las tribus respetaban como si se tratara de una ley.<br /></div><div align="justify">-Pronto llegaremos al Refugio, -comentó Bujari, acariciando la cabecita de Luluba, que acababa de asomar de la bolsa en cuanto la oyó hablar.<br />-¿El Refugio?, -repitió Kata Juta, observándola con interés.<br />-El Refugio es un oasis que descubrió mi pueblo hace mucho tiempo, cuando se dedicaba a explorar el territorio -explicó Bujari. Allí podremos pasar la noche y reponer fuerzas.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">I</span></strong>mposible de saber cuánto tiempo llevaban caminando, llegaron, por fin, a un pequeño oasis, cuya existencia parecía tan fuera de lugar, como ver a un cocodrilo subido en la rama de un árbol. Para entonces, el sol comenzaba a declinar, ocultándose a lo lejos en el horizonte, descendiendo también la temperatura.<br /></div><div align="justify">-No es ningún espejismo, -confirmó Bujari, divertida, cuando observó la cara de incredulidad de Kata Juta. Aunque no te lo creas, no es el único oasis que existe por la zona. En realidad, hay dos más, que sepamos. Pero se encuentran en otra dirección, a muchos kilómetros de distancia.<br />-Es...es fantástico, -sólo acertó a decir Kata Juta, tumbándose a la sombra de una palmera.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">D</span></strong>e no haber sido por la experiencia de Bujari, él bien hubiera podido pasar de largo sin verlo, pues se trataba de un oasis tan pequeño, que apenas lo formaban una docena de palmeras rojas, a las que rodeaban varios tipos diferentes de matorrales. Aproximadamente en la mitad del oasis, había un pequeño pozo, cuyas aguas, de un intenso color amarronado, brotaban como por arte de magia de una invisible fuente subterránea.<br /></div><div align="justify">-Por desgracia, son aguas salobres, no aptas para beber, -dijo Bujari, dejando la bolsa en el suelo, desde la que saltó alegremente Luluba, revolcándose por la arena, tumbándose a continuación entre medias de Kata Juta y Bujari.<br />-Aún así, -dijo éste, frotándose las castigadas plantas de los pies-, parece increíble encontrar agua en un sitio como éste.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari no dijo nada, pensando en todas las sorpresas que le quedaban aún a Kata Juta por descubrir.<br /><strong><span style="font-size:180%;">C</span></strong>omieron sin decir palabra –sobre todo Kata Juta, que estaba hambriento-, iluminados por la luz que les proporcionaba una pequeña hoguera, alimentada con arbustos que habían recogido por los alrededores. Salvo por el ocasional crepitar de las llamas y los grititos de Luluba, que no dejaba de juguetear alrededor de ellos, el silencio era tan impresionante, que Kata Juta, reprimiendo un escalofrío, comentó:<br /></div><div align="justify">-¿Cuánto tiempo crees que tardaremos en llegar a la montaña Ulurú?.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari se encongió de hombros.<br /></div><div align="justify">-Está a unas horas de marcha de las Montañas Azules. Si no tenemos ningún percance, podemos alcanzar éstas mañana al mediodía.<br />-¿Por qué habríamos de tener percances?, -preguntó Kata Juta, mirándola con desconfianza, pero también con interés.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari aún tardó unos segundos en contestar. Pero antes de hacerlo, miró a Kata Juta, preguntándose cómo le afectaría aquello que iba a decirle, pensando si sería capaz de continuar la marcha, una vez que lo supiera.<br /></div><div align="justify">-El territorio que rodea la montaña sagrada de Ulurú, es uno de los más hermosos de cuantos conozco. Pero también es muy peligroso. Está habitado por toda clase de seres extraños, y no me refiero sólo a los aterradores bunyips...<br />-¿Crees que existen seres más peligrosos que ellos?, -quiso saber Kata Juta, estremeciéndose involuntariamente.<br />-Oh, sí, -contestó Bujari, muy seria. Allí habitan arientas y luritchas, que son unos seres espantosos, mitad humanos y mitad animales. Y también los yowies, hombres con aspecto de mono, muy combativos y crueles. Mi pueblo los conoce muy bien...<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari le relató entonces las guerras que sus antepasados mantuvieron con estas criaturas, sobre todo con los yowies –cuyas incursiones eran de lo más sangriento, especialmente para las mujeres y los niños, a quienes raptaban y nunca más se les volvía a ver-, hasta que consiguieron expulsarlos de su territorio.<br /></div><div align="justify">-Pero hace mucho tiempo que no se les ve…<br />-Puede que se hayan marchado a otra parte, -aventuró a decir Kata Juta.<br />-No, -contestó Bujari, rechazando la sugerencia con un movimiento de las manos. No lo creo. Pero por si acaso, he traído algo que los ahuyenta como las mandíbulas de un cocodrilo.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">D</span></strong>icho esto, metió la mano en la bolsa, rebuscando en su interior. Después de unos segundos de revolver el contenido, sacó un pequeño paquete, hecho de hojas de palma cuidadosamente enrolladas. Cuando lo acercó a la nariz de Kata Juta, éste echó inmediatamente la cabeza hacia atrás, diciendo:<br /></div><div align="justify">-¡Uf, qué asco!. ¿Qué es eso, que huele tan mal?.<br />-Es una papilla que se hace con las bayas machacadas de una planta que crece en los pantanos, -explicó Bujari, no pudiendo contener la risa. Nadie sabe exactamente por qué, pero su olor atrae a los murciélagos…<br />-¿Y qué tiene eso que ver con los yowies?, -preguntó Kata Juta, respirando aliviado cuando Bujari volvió a guardar el hediondo paquete en la bolsa.<br />-Los yowies son seres muy supersticiosos, -explicó. Creen que los murciélagos, como tienen la costumbre de dormir de día y volar de noche, son espíritus malignos.<br />-¡Bah, eso son tonterías!, -dijo él, acostándose en el suelo, donde se quedó dormido al instante.<br />-No lo son…, -dijo Bujari, en voz baja, acostándose también.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">M</span></strong>ientras tanto, el fuego se fue apagando poco a poco, hasta que de las brasas sólo escapó un hilillo de humo. La luz de la luna se reflejaba en el agua del pozo, como si se estuviera mirando en un espejo.<br /><strong><span style="font-size:180%;">P</span></strong>rofundamente dormidos como estaban, Kata Juta y Bujari no hubieran visto las extrañas luces que bailaban a toda velocidad por encima de las palmeras, de no ser por los gritos de terror de Luluba.<br /><strong><span style="font-size:180%;">L</span></strong>as luces, tres en total, emitían un extraño sonido, muy parecido al que hacían las abejas al volar. Su color era intenso, aunque diferente: una era completamente blanca; otra, completamente roja, y la tercera –la más bonita de las tres-, parecía un pequeño arcoiris, pues cambiaba de color constantemente. De tal modo, que unas veces era blanca, otras azul, otras naranja y otras verde. Parecía que danzaban alrededor del oasis, bajando hasta la superficie del agua y ascendiendo a continuación a toda velocidad.<br /><strong><span style="font-size:180%;">D</span></strong>espués de observarlas un largo rato, Kata Juta hizo ademán de levantarse, pero Bujari se lo impidió, sujetándole del brazo:<br /></div><div align="justify">-Son Min-Min, -dijo, apenas en un susurro. Es mejor estarse quieto.<br />-¿Pero qué son?, -preguntó Kata Juta, también susurrando.<br />-Nadie lo sabe. Mi pueblo cree que son los mensajeros de los Dioses y que les avisan cuando alguien se acerca a su territorio. Si nos estamos quietos, no tardarán en marcharse y dejarnos en paz.<br /></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:180%;">B</span></strong>ujari tenía razón. Las misteriosas Min-Min no tardaron en alejarse, perdiéndose entre las estrellas, hasta que sólo fueron un puntito más en el cielo de la noche.Después de eso, Kata Juta no volvió a dormirse. Luluba, que permanecía recostada contra su pecho, tampoco. Sólo Bujari, más acostumbrada a ver aquél tipo de cosas, volvió a tumbarse, quedándose profundamente dormida otra vez, como si nada hubiera pasado.</div>juancar347http://www.blogger.com/profile/15324058536132217405noreply@blogger.com0